LO QUE DEBE ANIMAR NUESTRA ESPERA ES EL AMOR, NO EL TEMOR.

Reflexión Dominical. I Domingo de Adviento

General - Comunidades Eclesiales29/11/2020 Mario Daniel Fregenal
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Iniciamos el tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la venida de Jesús, y con él, un nuevo año litúrgico en el que seremos acompañados los domingos, predominantemente por la lectura del evangelio de Marcos. Cerramos una etapa e iniciamos algo nuevo, ya caminando hacia la Navidad. Todos hemos enfrentado un año inesperado. Hemos aprendido muchas cosas y otras tantas nos han cansado hasta lo más profundo. Probablemente la rutina nos hizo acostumbrar a días iguales, de encierro, de cansancio, de no saber hasta dónde ni hasta cuándo, con miedos por nosotros y por los que queremos. Es normal que a esta altura del año -¡y mucho más este año!- bajemos los brazos, perdamos la esperanza. Porque es así, cuando todo se torna oscuro, a todos nos viene el sueño, queremos abandonar, nos asalta la confusión por no ver claro. El evangelio lo dice claramente: el dueño de la casa puede venir “al atardecer, o a medianoche, o al cantar del gallo, o de madrugada”. Todas horas oscuras, nocturnas, de no ver claro, de dudar, de debilidad porque las fuerzas disminuyen para esperar; horas de confusión, de temor. ¿No nos pasó o nos pasa un poco esto? Por eso sale Jesús a nuestro encuentro, y con él la iglesia en este tiempo tan fecundo que iniciamos, con la siguiente invitación: “Estén atentos y vigilen”, “Estén despiertos”. ¿No es acaso lo que necesitamos? Que Jesús nos diga ‘despertate, abrí los ojos que ya llego, mirame, levantá la cabeza, estoy con vos’. Quizá el mejor remedio contra la monotonía, el aburrimiento, la rutina, es una espiritualidad despierta, de ojos abiertos, que nos hace descubrir por donde Jesús sigue viniendo, devolviéndonos la esperanza de no caminar solos, y comprometiéndonos con aquellos con los que Jesús se identificó el domingo pasado.

“asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela”. Mientras esperamos la venida de Jesús, cada uno de nosotros tiene un encargo, una tarea, una misión. Esa misión es expresión de lo que somos, ¡Dios nos la confió! En esa misión soy más yo mismo, por lo tanto si no realizo el encargo para el que fui creado soy menos yo. Por eso la misión nos hace felices, porque a través de ella expresamos lo más lindo que tenemos, los dones que Dios nos dio. De allí la importancia de ir descubriendo poco a poco qué es lo que yo tengo para decir al mundo con mi vida. Dice el evangelio que la tarea es de cada uno, por lo tanto, intransferible. A este mundo hay algo que solamente yo puedo aportar. No hacerlo me perjudica porque no arriesgo mis dones; pero también perjudica al resto al sobrecargarlos y al mundo por no tocar mi melodía. La Iglesia es sinfónica, cada uno tiene su instrumento para tocar la música del evangelio, no hay instrumento insignificante en semejante obra. No tengamos miedo, volvamos al camino, pensemos qué de mí le estoy negando a este mundo, y démonos. Jesús nunca nos va a pedir nada que no podamos hacer. No tengamos miedo ni enterremos nuestro talento. Haciendo multiplicar los dones que tengo en las tareas que me tocan, en la misión de esperarlo y compartirlo, somos felices.

Por último, nunca olvidemos que el que viene es Jesús, el que anunció con lágrimas en los ojos lo bueno que es su Padre y cuánto nos ama, el que disfrutaba ver cómo jugaban los niños en la plaza y amaba el canto de los pájaros. Nada de miedo entonces. Tenemos que estar atentos pero no por miedo. Repito, ¡es Jesús, el amigo de niños, pecadores,  postergados; el que defendía a los pobres, y soñaba con un mundo mejor donde Dios comparte la mesa con nosotros! Entonces, lo que debe animar nuestra espera es el amor, no el temor. El que ama espera, como el Papá entrañable del Hijo que malgastó sus bienes. Así nosotros con Jesús. Con la mirada atenta por amor a él, a su llegada. Por eso queremos estar preparados y despiertos, para no hacerlo esperar. ¿Y si llega cansado, malherido, con apariencia de indigente?, ¿y si afuera hace frío y no lo oigo?, ¿y si está desorientado o necesitando que lo acompañe a sacar un turno al hospital?, ¿y si grita bajito porque se cansó de gritar sin que nadie lo escuche y se está quedando sin esperanza y voz? Así como esperamos a la persona que amamos, así tiene que ser nuestra espera para Jesús. Le decimos: ‘Vení cuando quieras Jesús, no tardes, lo que más quiero es estar con vos, ni me avises, vos vení’. No le pongamos horarios ni días. Dejemos que él nos sorprenda. A él no le interesa cómo está nuestra casa, nuestro hogar, ni si tenemos con qué esperarlo. El viene igual. Somos nosotros los que queremos disponer de la mejor manera el corazón para recibirlo, prepararnos, estar atentos y con los ojos bien abiertos en esta historia para encontrarlo allí. En este tiempo, prepará tu corazón, que nada tuyo te avergüence para recibirlo, es él quien quiere venir para que te animes a ser más vos, más hermano o hermana suyo y de todos, mas servidor, más como Dios te sueña, y por eso, más feliz.

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