EL MENSAJE LIBERADOR DE JESÚS, DE VIDA PLENA Y DEFINITIVA

IV Domingo. Reflexión Dominical

General - Comunidades Eclesiales31/01/2021 Mario Daniel Fregenal
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El domingo pasado escuchamos el llamado de Jesús, que pasaba por nuestra realidad, a seguirlo. Acababa de vencer el poder del enemigo en el desierto, y nos llama para anunciar el reinado de Dios, que se ha acercado, y en el que el enemigo no tiene más poder. La primera parada en este seguimiento es el sábado, en la sinagoga de Cafarnaúm; el primer prodigio, un exorcismo.

Marcos dice que la gente estaba asombrada de su enseñanza, "porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas", que eran personas que gozaban de una sólida formación y de la estima del pueblo. Jesús comienza a anunciar su singular experiencia de Dios. A medida que caminemos con él comprenderemos que la hondura y la sencillez de su mensaje respondía a las ansias más profundas del pueblo. Este predicador callejero, proveniente de Nazaret, habla de una manera nueva. Escucharlo, conmovía y generaba esperanza. Estar cerca suyo nos hacía sentir importantes, elegidos y amados por un Dios que se nos acerca Él, que está en nuestras preocupaciones, límites, trabajos de pesca y siembra, y se nos da todo para que lo sigamos. Dios se convierte a nosotros. Bien distinto al aprendido junto a los escribas, del que siempre nos sentimos lejos, y al que hay que ofrecerle todo tipo de sacrificios para ganar su favor. ¿Y nosotros? ¿Lo que anunciamos tiene más de la enseñanza renovadora de Jesús? ¿Testimoniamos la Vida de Dios en nosotros, buscando profundizar más nuestra relación con Él? ¿O es una enseñanza, fundada sí en una sólida formación, pero que ni dice nada, ni invita al seguimiento, o es repetitiva, o no nace de lo más profundo nuestro, de nuestra realidad?

"Había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar". Llama la atención la presencia del poseído en la sinagoga, el ámbito religioso. ¿Cómo el espíritu impuro va a entrar en el espacio sagrado? Incluso podemos pensar que ese hombre acostumbraba ir, seguramente pasando inadvertido, y escuchar una enseñanza que ni lo incomodaba, ni afectaba para nada sus intereses, porque el Dios predicado estaba muy lejos, y porque la gente se sabía culpable de antemano. Hasta que comenzó a escuchar una enseñanza nueva, nunca antes escuchada. Al oír el mensaje liberador de Jesús de Nazaret, su buena noticia de Dios entre nosotros, no lo pudo tolerar y comenzó a gritar. Él también habrá pensado "enseña con autoridad y no como los escribas", hay que hacer lo que sea para interrumpirlo. Este nos va a destruir'. La enseñanza de los escribas no perturbaba el dominio del enemigo, que podía incluso estar 'en misa'. ¿Y la nuestra? La de Jesús, en cambio, sí. Siempre que se anuncia el mensaje liberador de Jesús, de vida plena y definitiva para todos y todas, surgen voces a las que ésta enseñanza afecta, y que hasta pueden provenir de cerca nuestro, de los que comparten el espacio religioso con nosotros, y de gente bien 'formada', que 'sabe', como el espíritu impuro que sabía bien quién era Jesús, pero que lejos de adherir, se opone con todas sus fuerzas a su Evangelio, a su Palabra hermanadora y acercadora de Dios.

Por último, llama la atención la violencia de la escena. Es que cortar con las fuerzas que oprimen el proyecto de Dios para nuestras vidas, muchas veces es desgarrador, angustiante; sobre todo si hace mucho tiempo que uno está sometido. Hoy leemos que "el espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre". Lo sucedido es aterrador, el alarido es de muerte, de saberse destruido; nada tenía que hacer en esa persona. Porque para todos los de la sinagoga, esa persona era un poseído, pero no para Jesús, para Él es ante todo un hombre, un hermano suyo; él ve a fondo su dignidad, esa que la posesión había desfigurado y escondido: "sal de este hombre", dice al espíritu impuro después de mandarle callar. Pienso en tantos hermanos y hermanas nuestros, afectados por todo tipo de males, adicciones, esclavitudes, y a los que definimos por eso que las posee. ¡Qué desafío mirar cómo Jesús! Son mis hermanos, tienen nombre, son capaces de Dios, Él los ama infinitamente, Jesús murió por ellos.

Ahora bien, repitámoslo, romper con todo lo que oprime, afecta, aliena, esclaviza, nos hace dependientes, si bien es necesariamente vital, también es doloroso. Tenemos tantas adicciones, tantas relaciones tóxicas, tantas actitudes y comportamientos por los que nos definimos, como que es imposible que los cambiemos. ¡Pero estamos llamados a grandes cosas! No lo olvidemos, todo lo que oprime la vida no es querido por Dios! Claro que cortar con ello puede ser doloroso, genera miedo, que hasta dudamos de no poder, que ya lo intentamos muchas veces; pero Jesús nos quiere plenos y felices. Animémonos a reconocer a los demás mis hermanos, y a buscar nuestra felicidad rompiendo con todo lo que nos esclaviza y comprometiéndonos a fondo con la desafiante misión de hermanar.

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