Sabernos profundamente mirados, amados y sanados por Él; allí nace nuestra vocación y servicio.

Qué importante es volver a la experiencia fundante de nuestro llamado a servir.

General - Comunidades Eclesiales07/02/2021 Mario Daniel Fregenal
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En este 5to domingo del tiempo durante el año, seguimos caminando con Jesús buscando aprender cómo ser más nosotros mismos, discípulos misioneros de la Vida, cumpliendo aquello que el Padre Dios espera de nosotros. Jesús, queremos ser tu Iglesia: más humana, servidora y orante. ¡Ayudános!

Acababa de realizar el primer milagro en la sinagoga de Cafarnaúm, y se dirige a la casa de Simón y Andrés. “La suegra de Simón estaba con fiebre y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar”. ¡Se dice tanto en tan poco! Cuántas actitudes tan decisivas podemos plantearnos a la luz de estas líneas para ser más fieles a Jesús.

Jesús está permanentemente en movimiento, desplazándose. Vive su ministerio salvador no sólo en la sacralidad de la sinagoga, sino también en la cotidianidad de la casa, de hecho la puerta de la casa de Pedro se transformará en Iglesia al caer la tarde. ¿Se me nota en casa que voy ‘a la iglesia’?

En esa casa hay algunos que le cuentan que la suegra de Pedro estaba enferma. No se sabe quiénes fueron. Pero bien podemos ser nosotros. ¡Qué importante es poder contarle al Señor de la gente que está sufriendo, que está pasándola mal, que está paralizada! ¡Cuánta gente tenemos en el corazón y por la cual pedimos con insistencia! Quizá nosotros mismos estamos postrados, contemosle.

Pero no sólo debemos pedir a Jesús y rezar por ellos, sino también, como Él, debemos comprometernos con esas actitudes tan simples, tan sanadoras, tan suyas -¡y ojalá nuestras!- que Marcos enumera: en primer lugar acercarnos. Así Jesús revela el lugar que a Dios le gusta ocupar: cerca nuestro. ¡Cuánta cercanía necesitamos! No importa cuán sucios, pecadores, heridos o alejados estemos, es propio de Dios acercársenos. Lo que más quiere el Señor es estar ‘cerquita’ nuestro. Nosotros, como Iglesia, también debemos acercarnos a toda herida, acompañar a todos los que necesitan de nosotros, hacernos cargo. Incluso asumiendo el riesgo de transgredir ‘nuestros sábados’.

Luego leemos, “la tomó de la mano”. Ya es un paso enorme el habernos acercado, pero queremos ir por más. Hacen falta gestos que le griten a la otra persona ‘vos me importás mucho’, ‘vos sos valioso’, ‘vamos a estar mejor’, ‘perdoname’. ¿Acaso no somos testigos de tantos gestos que nos sostuvieron, nos salvaron? Una palabra, un abrazo, un llamado, un ‘llaverito’ de regalo, un mate, una palmada en el hombro. Que seamos una Iglesia profundamente gestual, que anuncie más con gestos que con palabras que somos todos hermanos y hermanas, hijos e hijas del Padre Dios. 

Por último leemos, “la hizo levantar”. Siempre que Jesús se nos acerca es para acompañar nuestras heridas pero buscando que nos levantemos. Claro que nos tiene paciencia, se adapta a nuestro ritmo y comprende aquello que podemos estar pasando, pero no olvidemos que su amor por nosotros es tanto, que él quiere nuestra mejor versión, aquella en la que se juega nuestra felicidad. Se acerca y toma de la mano a la suegra de Pedro pero no para dejarla igual, sino para levantarla. Así también con nosotros. Nuestra vocación es el servicio y él nos quiere de pie, sirviendo y levantando a tantos que necesitan.

Es precisamente lo que vemos que hace la suegra de Pedro: “La fiebre le desapareció y se puso a servirles”. Su servicio -y el nuestro- no nace de las propias fuerzas; nace de haber experimentado la cercanía de Jesús, que él nos primereó, que él nos tomó de la mano y nos levantó precisamente cuando no hicimos nada para merecerlo. ¡Nuestro servicio nace de su amor! Qué importante es volver a la experiencia fundante de nuestro llamado a servir. Sobre todo cuando sentimos que las fuerzas se nos van acabando, cuando nos vamos desgastando, cuando la queja amarga forma parte recurrente de nuestro repertorio de palabras, cuando no encontramos sentido. Que volvamos a su mirada, a su encuentro; que nos dejemos tomar nuevamente la mano, por el Señor que se nos acerca, para ser levantados. Nada más necesario que sabernos profundamente mirados, amados y sanados por Él. Allí nace nuestro servicio, nuestra vocación, nuestra felicidad. 

Todos y todas somos llamados a seguir a Jesús servidor, sanador de heridas, comunicador de buenas noticias. Él es el servidor que nos llama a servir consigo. Lo encontramos al atardecer sirviendo, sanando, curando, enseñando; haciendo más visible y cercano el Reino que se nos ha acercado. A eso estamos llamados, pero no dejemos de repetirlo: porque en el servicio está la felicidad.

“Antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando”. Después de su intensa actividad (enfrentarse a la violencia de un espíritu impuro en la sinagoga, sanar con ternura a la suegra de Pedro, curar todos los males y dolencias por la tarde), al otro día, madruga para encontrarse con su Abbá bueno. Necesita orar y discernir qué está aconteciendo. Necesita escuchar muy dentro suyo, lejos del bullicio y en soledad, la voz de su Papá para ver cómo continuar la necesaria misión de acercar Dios al Pueblo. Ese mismo Dios, inclinado al dolor, que lo hizo acercarse a la suegra de Pedro para sanarla en un gesto, importando más la sacralidad del ser humano que la del sábado, es el que ahora lo hará dejar la comodidad, el territorio del éxito, la ciudad que lo aclamaba y buscaba, Cafarnaúm, para ir por toda Galilea. Cuando la oración es sincera y está abierta a lo que Dios quiere, puede que los rumbos sugeridos no sean los recomendados por todos. Oración y discernimiento siempre van de la mano. ¿Escucho a Dios que me habla muy dentro mío? ¿Le pregunto cada día en oración al Señor ¿Qué querés de mí? Que nuestra oración siempre busque nuevos rumbos y más fidelidad al Dios que nos llama a ser felices compartiendo la misión con él.

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