
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
"convertite, date vuelta, volvé a mí, creé en vos y creé en mí. Yo camino a tu lado"
General - Comunidades Eclesiales20/02/2021 Mario Daniel FregenalSiempre el primer domingo de Cuaresma leemos el evangelio de las tentaciones. Este año, como estamos en el Ciclo B, escuchamos la versión de Marcos, la más breve de todas.
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto”. Jesús, en su bautismo, escuchó la voz del Padre Dios que lo confirmaba en su misión de Hijo amado. Paso siguiente, lo que acabamos de leer hoy: consciente de estar lleno de Dios, es conducido por el Espíritu al lugar de la tentación, de la prueba, de la caída, de la lucha contra los poderes del enemigo. Tiene que asumir toda nuestra historia de tentación y caída en la que siempre incurrimos: desde Adán, tentado por la serpiente, pasando por el pueblo que durante 40 años reiteradamente cayó en la tentación, rompiendo así la alianza con Dios, hasta llegar a nosotros que, por no convencernos que somos hijos muy amados, pecamos. Por eso Jesús es conducido al desierto ni bien es bautizado.
La tentación, la prueba e incluso la caída, forman parte de la vida de todo el que intenta vivir en plenitud. El adversario, Satanás, siempre quiere apartarnos del camino que nos lleva a la vida. Pero allí donde el pueblo cayó y pecó, donde Adán fracasó, donde yo me avergüenzo, precisamente allí, Jesús triunfó, de visitante donde todos perdimos por goleada siempre, para compartirnos su victoria definitiva. Experimentándose lleno de Dios al salir de las aguas del Jordán y empoderado por la Palabra que lo llamó Hijo, se sabe invencible y va al desierto a inaugurar, derrotando al enemigo, el Reinado de Dios, haciéndonos parte de su victoria.
Nosotros también en el bautismo somos revestidos de lo alto para vencer toda tentación. No necesitamos nada más. Por eso la cuaresma es el tiempo oportuno para volver a Dios, a esa experiencia fundante del bautismo, a escuchar esa inconfundible voz que muy dentro nuestro nos llama “hijo amado, hija amada”, y que nos hace invencibles. Y si la tentación nos hizo tropezar o caer, si el barro se nos pegó o sentimos que el pecado nos lastimó para siempre; con más razón, acerquémonos a la confesión, a las prácticas cuaresmales que meditamos el miércoles, para sabernos y sentirnos llenos del Espíritu Santo que nos empuja hacia nuestra plenitud más ansiada.
“Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea”. No era lo más aconsejable; si Juan había sido entregado porque su profetismo incomodaba a los poderosos, lo mejor para Jesús era quedarse en el desierto, lejos de todos. Seguramente no le había sido fácil digerir el arresto de su admirado bautista; además, no era ingenuo, sabía que los poderosos de turno, de todas las épocas, se oponen al Dios que nos quiere hermanos y hermanas; pero estaba tan lleno de Dios, se sabía tan Hijo, tan plenificado por el Espíritu Santo, que no puede esconderse o borrarse, va a Galilea a iniciar algo totalmente nuevo. Porque si Juan Bautista esperaba que la gente se acerque al desierto, donde él estaba, y se bautice como signo de conversión; Jesús, en cambio, toma él la iniciativa yendo rumbo a la Galilea de la cotidianidad, donde estaba su gente, para proclamar su desbordante experiencia del Dios que lo habitaba, un Dios que primerea, que se convierte a nosotros, se acerca amorosamente a nuestra vida y quiere caminar por nuestros polvorientos caminos.
“El Reino de Dios se ha acercado, conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Lo decíamos más o menos hace un mes, no es que el Reino está cerca, sino que se ha acercado, hay un movimiento de Dios, uno más -el más entrañablemente cercano y humano-, hacia nuestras cosas, hacia nuestra vida. Reino no quiere decir un lugar: Reino de los cielos, no; sino una acción de Dios, el reinado de Dios, su dominio que busca hermanar y humanizar.
¿Qué tenemos que hacer? Nada más que convertirnos y creer. Se terminó el dominio del enemigo, no tiene más poder sobre nosotros, salió disparando porque se acercó a caminar a nuestro lado el Dios de Jesús, que me insiste siempre, y más en cuaresma, ‘convertite, date vuelta, volvé a mí, creé en vos y creé en mí. Yo camino a tu lado. Sos poderoso porque sos mi hijo, mi hija. Podés vencer eso que te avergüenza, eso que te lleva a bajar los brazos, lo que te hace creerte poca cosa. Convertite, volvé a mí, dejá de elegir el camino de la vida diluida; miráme, estoy atrás tuyo, siguiéndote porque no te puedo dejar. Vení a vivir una vida plena, con mayúsculas, yo camino tu Galilea. Convencete que podés. En Jesús tenés la mejor escuela de felicidad’. Que en esta cuaresma podamos volvernos al Dios que se nos acercó en Jesús para hacernos sus hijos e hijas, asumiendo nuestros tropezones y caídas para conducirnos a través del Espíritu Santo a la victoria de ser libremente felices y hermanos.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.