PASCUA, VIDA QUE TRIUNFA EN LA FRAGILIDAD

Asumiendo que nuestra fragilidad entregada es el único camino de triunfo y Pascua. 

General - Comunidades Eclesiales28/02/2021 Mario Daniel Fregenal
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El miércoles de ceniza iniciamos la cuaresma recordando que nuestra fragilidad de polvo y cenizas necesita volver a Dios. El domingo leímos que esa fragilidad tan nuestra, permanentemente tentada cuando queremos seguir a Jesús, tiene todo lo necesario para vencer al enemigo de la vida entregada.

Hoy, segundo domingo hacia la Pascua, tenemos una visión adelantada del triunfo definitivo, de la meta pascual, con el evangelio de la Transfiguración. 

Ubicada en contexto, Jesús acababa de anunciar por primera vez que por el Reino del Padre va a ir hasta las últimas consecuencias, dispuesto a entregarlo todo, incluso la vida. Y además sentencia que no sólo él, sino todo el que desea ser su discípulo debe negarse a sí mismo, cargar la cruz, es decir, asumir el destino de los últimos, y vivir entregadamente por amor. Así llegamos al evangelio de hoy. Asumiendo que nuestra fragilidad entregada es el único camino de triunfo y Pascua. 

¿Cómo experimentar esta Pascua anticipada? ¿Qué actitudes nos la hacen vivir ya, ahora?

En primer lugar ESCUCHAR. “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Lo mismo que le había dicho a Jesús en su bautismo, ahora nos lo dice a todos nosotros. Debemos escuchar al Hijo amado, Palabra eterna del Padre, que resume y plenifica todo lo obrado por el Dios compañero a lo largo de toda la historia de salvación, representada por Elías y Moisés. Jesús es el camino a recorrer, todo lo que el Padre fue haciendo desde los comienzos, tiene su plenitud en la entrega amorosa del Hijo -Palabra del Padre-, y en la de todos aquellos que quieren seguir sus pasos de vida entregada por amor. Pidamos en esta cuaresma que el Padre agudice los oídos del corazón para escuchar en nuestro interior a Jesús, que amándonos nos hace amar, y en esa entrega con él nos hace anticipar la Pascua.

“Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas”. Los discípulos ven que el interior de Jesús, su vida inconteniblemente radiante, deja traslucir en sus vestiduras lo que él es en profundidad, anticipando así la Pascua. En esa fragilidad de campesino, de artesano, de anunciador callejero de buenas noticias, ven triunfante la Vida divina.

Si decíamos el domingo pasado que nosotros también estamos habitados de Dios, llenos de su presencia. ¿Cómo hacemos para poder transparentar todo lo que hay de Dios en cada uno, y de ese modo anticipar la Pascua? La cuaresma nos propone distintas prácticas para moldear el corazón: nos invita a agraciarnos a través de los sacramentos, a cuidar la fragilidad de los demás con la limosna, a privarnos de lo superfluo ayunando, a dialogar con el Padre como Hijos. Que a través del camino cuaresmal dejemos traslucir toda la vida de Dios en nosotros, y así anticipemos con él la pascua.

Pero también pidamos al Padre que agudice los ojos y los sentidos del corazón para VER con ojos de discípulo, y -como Pedro, Santiago y Juan- contemplar íntimamente en la fragilidad de Jesús, que está por darlo todo -y en toda fragilidad entregada por amor-, la pascua anticipada. 

¿Cómo hago para ver todo lo que hay de Dios en el interior del otro? Si Dios nos habita a todos, tengo que descubrir que el otro también está habitado por la trinidad deslumbrante. Al caminar como discípulo con Jesús, sabiéndolo, gustándolo, palpando su divinidad descalza; también vamos aprendiendo a mirar como él, descubriendo a Dios en cada corazón, viendo lo lindo que todo ser posee. Su gracia potencia los sentidos de nuestro corazón para ver su luz reflejada en los demás, lo que Dios sembró de bueno y bello en cada corazón y que es lo más genuino de cada uno. Eso también es pascua, vida que triunfa en la fragilidad. De hecho, todos hemos sentido: “¡Qué bien estamos aquí!”, cuando realmente nos encontramos en profundidad con el Dios que está irrenunciablemente en todo hermano, el postergado, el enfermo terminal, el que lucha día a día por subsistir, o el que quizá estigmatizamos por su apariencia. Que podamos ver en profundidad, como discípulo, para ver lo que hay de Dios en todos.

Por último, con la mirada y el corazón puestos en la pascua, anticipada hoy en la transfiguración, queriendo escuchar a Jesús, Palabra del Padre; buscando poder contemplarlo radiante en el rostro de mis hermanos, descubriendo la belleza invencible de Dios escondida en toda fragilidad humana; y proponiendonos, a través de las prácticas cuaresmales, dejar traslucir lo divino que nos habita; pidamos BAJAR con él, del monte de la pascua anticipada -donde estamos tan bien-, a la Jerusalén de la vida apasionada por amor, en lo cotidiano del día a día. Sabiendo que también en cada entrega amorosa anticipamos la pascua de Jesús.

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