Jesús, ‘mala noticia’ para los poderosos de turno.

Las autoridades religiosas buscaban matarlo; hizo tanto ‘mal' a los que querían una religión basada en el mérito, los sacrificios, los holocaustos, las propias fuerzas y el cumplimiento.

General - Comunidades Eclesiales27/03/2021 Mario Daniel Fregenal
Domingo de Ramos

“¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo!”. ¿Qué mal hizo?, es lo que Pilatos, que sabía que Jesús había sido “entregado por envidia”, pregunta. 

En la liturgia del Viernes Santo, mientras se adora la cruz, uno de los improperios dice: “pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido”, frase que encontramos en Miq 6, 3, y que aplicamos a Jesús. Seguramente él mismo, en la oración de Getsemaní, al comenzar a sentir “temor”, “angustia” y “una tristeza de muerte” se habrá preguntado lo mismo: ‘¿Qué mal hice para que busquen acabar con mi vida?’. Es que a lo largo de la historia, la buena noticia para el pueblo, para los pobres, los últimos, es mala noticia para los que se oponen al proyecto de Vida compartida que el Padre sueña. Por lo tanto, Jesús fue ‘mala noticia’ para los poderosos de turno, para las autoridades religiosas de su época, y para todas aquellas que se creen dueñas de Dios y la verdad, por eso había que matarlo.

En efecto, las mujeres, las únicas que permanecen fieles hasta el fin, y que venían con él desde Galilea, podrían atestiguar: fue el único que nos dio un trato delicadamente distinto, éramos sus discípulas, al igual que los varones, por eso lo odiaban muchos. Eso estaba ‘mal’ para ellos.

Los niños que, al igual que las mujeres, tampoco contaban en esa sociedad, son ahora el modelo a seguir. Y Jesús los abrazaba, los bendecía, y le gustaba estar con ellos. De hecho, podemos pensar que ellos no querían aprender más con los maestros de religión, preferían escuchar largamente las historias que Jesús les contaba acerca de su Papá increíblemente bueno. Lo único que los hacía pelear era ver quién caminaba abrazado a su túnica o quién respondía primero sus preguntas, o quién era elegido para hacer pareja con él en los juegos (él siempre elegía a los menos habilidosos), amaba jugar y reír con ellos, disfrutaba como un niño. Y todo ese trato no corresponde. Los niños, hasta no llegar a la adultez, no cuentan, deben ser disciplinados. Además, así no se aprende la Torá.

Los pobres también podrían testimoniar que se sintieron por primera vez protagonistas de su destino, y comenzaron a creer que para Dios ellos tenían gratuitamente un lugar de privilegio. De hecho, sus cosas, sus asuntos, su vida cotidiana, pasó a ser, en labios de Jesús,  metáfora de Dios, del innombrable, del todopoderoso, y eso era muy grave.

También los enfermos, culpabilizados de su mal por la teología de la retribución en la que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, eran perdonados y sanados, también gratis, y muchas veces los días sábados, lo cual estaba terminantemente prohibido. ¿Dónde se vio semejante atrevimiento?, ¡El sábado está por encima del hombre! Toda otra interpretación está ‘mal’.

¿Qué otros ‘males’ ha hecho Jesús? Eligió discípulos frágiles, medio brutos, sin formación, débiles, de barro, como para que todos nos sintamos llamados junto a Pedro, Judas y al resto que lo abandonó. ¡Hay lugar para nosotros!

Además, entre los elegidos más cercanos, está Pedro, que lo amaba más que nadie porque le cambió la vida, y era capaz de todo por Jesús; pero interrogado por la sirviente y viendo la violencia con la cual aprendieron al Maestro, se acobardó y lo negó. Como muchas veces lo niego yo.

Eligió a Judas, que fue el que lo vendió, como yo muchas veces lo vendo por otras cosas. De hecho, era tanta la cercanía, que el traidor sabía perfectamente dónde iba el Maestro cada vez que estaba preocupado, con muchas cosas, o muy feliz: ‘Siempre va a desahogar el corazón con su Papá Dios, y el Huerto de los Olivos es su lugar favorito en Jerusalén. Ahí lo vamos a encontrar para arrestarlo. Es al que bese’. Judas lo sabía bien por ser de su círculo íntimo.

Además, anunció con su vida que Dios es capaz de darse por entero al ser humano, a quien ama hasta dar la vida, y que la persona es más importante que cualquier mandamiento de la religión. Pero, como si esto no fuese lo suficientemente escandaloso, dijo algo inconcebible: que Dios es Papá suyo, y quiere serlo de todos aquellos que le dejen entrar en su corazón. Que Él ama a los pecadores y hace fiesta cuando regresan consigo, y que es capaz de rogarle a sus hijos para que entren a la fiesta.

Por todo esto, las autoridades religiosas buscaban matarlo. Hizo tanto ‘mal' a los que querían una religión basada en el mérito, los sacrificios, los holocaustos, las propias fuerzas y el cumplimiento; los que querían una mesa para unos pocos, cuyos lugares habían sido ganados a base de esfuerzos.

Pero el “mal” que Jesús hizo fue la mejor noticia para nosotros, pecadores. “Él pasó haciendo el bien” (Hch 10, 38). Que, como él -y como nos pide Francisco: “hagamos lío”-, pasemos nuestra vida haciendo el bien, entregando la vida por amor en todo lo que hacemos. Eso es Pascua.

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