“No temas, basta que creas”.

La fe me rescata de la orfandad, porque me hace hija e hijo de Dios, amados incondicionalmente por un Papá bueno.

General - Comunidades Eclesiales27/06/2021 Mario Daniel Fregenal
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Este domingo 13 del tiempo durante el año, el evangelio nos invita a valorar y agradecer el don de la fe. ¡Cuán necesaria es la fe! “Hija, tu fe te ha salvado”, dice Jesús a la mujer sanada de las hemorragias. ¡De cuántas cosas nos salva la fe! 

La fe me rescata de la orfandad, porque me hace hija e hijo de Dios, amados incondicionalmente por un Papá bueno. De hecho, lo primero que Jesús dice a la mujer excluida por su enfermedad es: “hija”. Sabernos hijas e hijos, nos hace sentirnos siempre sostenidos y cuidados por el Padre Dios, además que acompañados por una comunidad de hermanos y hermanas que caminan a nuestro lado. La fe nos salva del individualismo, la soledad, la exclusión. 

La fe me salva del temor de no ser aceptado, del miedo de ser condenado, de los complejos que todos tenemos. La mujer sabía que, al tocar a Jesús, había realizado algo que estaba prohibido y penado, por su condición. Jesús la invita a creer: nuestro Dios ama incondicionalmente y gratis; todos somos recibidos en sus brazos siempre, sin importar lo que hayamos hecho. Cuando vamos a su encuentro, a  cambio de reproches recibimos besos. Una fe que nos hace creer más en nosotros mismos.

La fe me salva de la invisibilización, la mujer se supo única para siempre. Muchos caminaban con Jesús, muchos lo apretujaban, pero ella se supo especial. La fe nos hace sabernos personalmente amados, tal y como somos. Pero no para aislarnos en una relación intimista con Dios, que deja afuera a los demás. Sino para caminar más apretujados con Él, como pueblo. Para ir a dónde él va, caminando con quienes él camina.

La fe me hace creer más en los demás, en todo lo bueno de lo que son capaces, y en cuánto luchan por ser fieles. Porque me hace tener poco a poco la mirada de Jesús para mirarme a mí mismo, a los demás y a la creación, como Él miraba.

Esta fe profunda y decisiva, que nos salva, nace del encuentro sanador con una persona cuyos ojos nos buscan incansablemente, porque ansía encontrarse con nosotros.

“¿Quién tocó mi manto? (...) Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido”, hermosa imagen de lo que puede ser nuestra relación con Dios. Nos acercamos a él para obtener algo, salud, trabajo, una intención particular, algún signo de su presencia, algún sacramento para nuestros hijos, alguna misa  por un difunto; pero estamos llamados a más: Jesús quiere el encuentro personal, cara a cara, porque eso es lo verdaderamente sanador. Él no es un ‘dispenser’ de milagros y favores. Él es alguien cuya vida y opciones me salvan. De ahí la insistencia suya en encontrarse con nosotros, que lo conozcamos, que adhiramos a su persona y a su proyecto. Nosotros también tenemos que buscar con insistencia a Jesús para que nos llene de esperanza cuando ya no quedan razones. Nosotros también debemos sentir su mano que nos levanta de nuestras muertes; sentirnos tocados por su fuerza que, interiormente nos hace superar aquello que nos hace perder vida. ¿Tenemos un encuentro personal con él? ¿Cuánto de nuestras catequesis, oraciones, grupos, formaciones, retiros y momentos personales de oración, buscan profundizar este encuentro? Acá se juega nuestra salvación. No en creyendo en ideas o verdades, sino en Jesús que llena nuestras vidas de sentido.

“Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud”. ¡Cuántas personas habrán contado lo que Jesús hizo con ellas, dieron testimonio, fueron -sin saberlo- misión y anuncio para esta mujer! Si ella oyó hablar de Jesús, fue porque alguien habló, contó, dijo, gritó, cantó lo que Jesús hizo en sus vidas. A diferencia de Jairo, varón respetado, que vio a Jesús; ella, mujer excluida, simplemente oyó desde la postergación y la lejanía.

¡Cuán necesario es nuestro testimonio para que muchos se encuentren con Jesús! No me puedo callar. Mucha gente que está lejos, que se siente lejos, que cree que no tiene razones para seguir creyendo tiene derecho de escuchar lo que Jesús hace con nosotros en nuestras comunidades, patios y grupos. Nuestra manera de relacionarnos, nuestros modos de ser comunidad, de caminar juntos, de testimoniarlo, son decisivos para que Jesús se encuentre cara a cara con tanta gente necesitada.

Además, en el evangelio, la mujer se animó a tocar a Jesús por la multitud que lo apretujaba. ¡Qué importante es ser comunidad que da lugar, que, en el seguimiento de Jesús, genera oportunidades para que muchos y muchas se encuentren con Él. Quizá sin esa multitud, esa mujer no se hubiese animado. ¡Qué responsabilidad nos da la fe para los que decimos creer! ¡Todos nos deben experimentarnos hermanos y hermanas! ¡Todos deben sentir interiormente en nuestras comunidades, sobre todo cuando parecería no haber razones para creer, “no temas, basta que creas”.

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