Fe expresada en el servicio cotidiano y en la vida entregada

Jesús es nuestro gran alimento. Por lo tanto, todos nuestros gestos que nos asemejan a Jesús, que simpatizan con Él, que hacen bien, son alimento, son pan y merecen nuestro desgaste, nuestro trabajo.

General - Comunidades Eclesiales01/08/2021 Mario Daniel Fregenal
Creer-ser pan

“Me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”. El reproche que Jesús hace a los judíos que lo buscaban es que no fueron capaces de entender lo sucedido. Se quedaron en lo externo y no en lo que eso representaba, en la materialidad del signo y no con lo que este significaba. Se estancaron en que comieron pan hasta saciarse pero no ahondaron en la importancia de confiar y poner lo que cada uno tiene en las manos de Jesús para que alcance y sobre; no percibieron el Reino expresado en el pan compartido sin que a nadie le falte; ni ese delicado mesianismo de Jesús, hombreando la vida con nosotros. Podemos pensarnos nosotros también, cuando nos quedamos en lo material y externo, lo que está en la superficie, sin profundizar en una mirada trascendente. Ellos lo buscaban porque les llenó el estómago, pero no penetraron en el signo del Pan compartido que es Jesús, gesto amoroso del Padre para nosotros. Nosotros también en nuestros grupos, catequesis, visita a los enfermos, juegos, servicios; si no profundizamos, nos quedamos en la superficie, y el reproche de Jesús también vale para nosotros. No venimos a jugar, venimos a formarnos como amigos de Jesús para caminar con él la vida hacia el Padre Dios. No buscamos tocar canciones en misa, sino alabar a Dios, poniendo el don en común para ayudar a todo el pueblo de Dios a orar. Cuando visitamos al enfermo o al anciano, esa persona tiene que experimentar la visita de Jesús a través de su Iglesia, su comunidad de hermanos y hermanas, y no la de tal cura o ministro. Venimos a misa, no para cumplir con un rito externo o con el precepto dominical, sino para encontrarnos como familia, con Jesús, escuchar su palabra y compartir su pan.

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna”. Jesús es nuestro gran alimento. Por lo tanto, todos nuestros gestos que nos asemejan a Jesús, que simpatizan con Él, que hacen bien, son alimento, son pan y merecen nuestro desgaste, nuestro trabajo. Pienso en tanto cansancio estéril, momentos preciosos sacrificados en pos de un supuesto bienestar, tantas horas perdidas con la familia por ambicionar algún ingreso más. Claro que es necesario el dinero, pero no a costa de un rato de juego con los hijos, o una hora con amigos, o el servicio solidario en un comedor. Esto último llena de verdad, alimenta de una manera poderosa; en cambio el otro debilita, “se pierde”. Que nos propongamos trabajar más por el alimento que no perece, el  que llena el Espíritu, que huele a evangelio de Jesús, a vida compartida, a gestos y palabras cercanos. Todo gesto de amor ya no muere, queda para toda la vida: la mano tendida, el consuelo, la escucha, el mate, el servicio, la misión, la jornada del grupo, son imperecederos, permanecen para siempre. Nuestros gestos que alimentan, por estar fundados en el amor, no se pierden más, son eternos, y buscan ser cada vez más compartidos. Venir a la Iglesia nada tiene que ver con el alimento que se pierde, porque no es ganancia, porque invertimos de nuestro bolsillo para la pelota, la cartulina, o las cuerdas para la guitarra. Sin embargo, porque nos hace felices aquí estamos, alimentándonos de Jesús, pan de Vida eterna.

“‘¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado’”. La pregunta se parece a la que encontramos en Lucas y que genera la parábola del Buen Samaritano: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Resuena también aquí la disputa entre fe y obras, a la que tanto se dedicó San Pablo. Los judíos fundaban su relación con Dios en el cumplimiento de los mandamientos y prescripciones, de ese modo creían asegurarse su favor. Por eso preguntan “¿Qué debemos hacer para obrar las obras de Dios?”. Jesús les dice que lo que hay que hacer, en lo que hay que trabajar, paradójicamente es en creer. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? ¿Pagar el diezmo, peregrinar a Jerusalén, actividades, misiones, colectas, comedores, visitas, ir a misa todos los domingos? ¡No! ¡Creer! Lo que hay que hacer es creer. Ahora bien, porque creo que Jesús es pan para la Vida del mundo, que su entrega es el camino, teniendo fe en ese que ama nuestros intentos, me comprometo cada día más en ser pan para los demás, venir a misa, misionar, entregarme. Jesús nos pone en el eje, en lo más importante, porque sino podemos caer en un activismo que cansa y frustra, del cual nacen los abandonos, los enojos, el bajar los brazos y abandonar la comunidad. Creer en Jesús, tener una mirada de fe para encontrarlo en el juego de cada fin de semana, en las tareas que hacemos buscando ser pan que no se pierde y dejándonos comer por aquellos que tienen hambre. Que cada actividad, por más pequeña que sea, busque siempre acercarme más a Él, me ayude a creer más. Esa fe se expresa necesariamente en el servicio cotidiano y en la vida entregada, porque precisamente con nuestras obras demostramos nuestra fe.

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