Mirar la vida como Jesús

Desde esa confianza profunda en nuestro Dios, que nos mira con tanto amor, pidamos cambiar nuestra mirada y mirar como Jesús, también desde la hondura del propio corazón hacia la hondura del corazón de mi hermano que quiere mejorar su vida.

General - Comunidades Eclesiales29/08/2021 Mario Daniel Fregenal
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Después de varios domingos en los que leímos a Juan, retomamos hoy el Evangelio de Marcos. Jesús se encuentra en un contexto de buenas noticias, de curaciones, de viento fresco del Espíritu Santo, cerca de la periferia de Genesaret; cuando se acercan “los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén”. Jesús está en la periferia, con gente marginal, soplando la frescura del Reino, y llegan estos distinguidos, desde la centralidad de Jerusalén, a auditar lo que hacía el Señor.

“Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo”, es lo que responde Jesús a la embajada proveniente de Jerusalén y compuesta por estos dos grupos reunidos en su contra. Jesús, judío como ellos, quien seguramente cumpliría la ley, de la que no vino a cambiar ni  una i ni una coma sino a darle plenitud, tiene toda la libertad para reinterpretarla. Desde ahí se entiende la dureza de sus palabras: “¡Hipócritas!”, citando luego a Isaías: “Este pueblo me alaba con los labios pero su corazón está lejos de mí”. ‘Ustedes fundan todo en lo de afuera, pero su corazón está lejos de Dios’. Y es que Jesús tenía otra manera de sentir la vida de Dios dentro suyo, que lo hacía mirar enamoradamente la creación, los alimentos, la vida de los varones y las mujeres. Por eso, nada que provenga de la creación ni de lo más genuino del ser humano puede mancharlo. Pienso en las canciones, en el arte, en las manifestaciones populares, la poesía, en las celebraciones de los pueblos originarios. Lo que sí mancha es lo que sale del corazón. Pidamos mirar la vida como Jesús. Porque Jesús mira lindo, su mirada no está en lo de afuera sino en el interior de esas personas que se proponían cambiar y que, a través de sus manos, recibían dignidad. Pidamos caminar la vida como Jesús, mirando en lo profundo. 

“Es del interior, del corazón, de donde provienen las malas acciones”. Todo se juega en el corazón. Allí se desata la gran batalla. Nada de afuera lo puede contaminar, sino lo que sale de él. Por lo tanto, nuestro corazón es como una gran fuente. Puede ser una fuente de muerte y maldición, como las acciones que enumera el final del evangelio, o puede ser una fuente de vida y bendición, como el final de la segunda lectura. ‘¿De qué lleno mi corazón? ¿Me preocupo de vaciarlo de todo lo que no me deja ser feliz, de lo que me esclaviza y llenarlo de la Vida de Dios, su perdón, su gracia, su Espíritu?’ De eso dependerá todo. Porque ante un mismo hecho: (se compró un auto o aprobó la materia que yo no) puedo sentir alegría y celebrar con la otra persona o puedo sentir enojo y hasta envidia porque le fue bien. Todo depende de cómo vaya cuidando el corazón. Todo está en la intención, no en lo que se ve. Puedo celebrar la misa de la manera más puntillosa y observante pero el corazón lejos de Dios;  puedo repetir mecánicamente las oraciones pero con el corazón en otro lado; puedo vivir de las apariencias pero descuidando el interior. 

Cuando fundamos nuestra vida desde lo externo, como los fariseos, ya perdemos. Porque vamos pasando por la vida pendiente de la mirada del resto, contentándonos con el cumplimiento externo y señalando los incumplimientos de los demás. 

Que nos preocupemos de cuidar el corazón, y que lo que hagamos exteriormente sea expresión de nuestro interior. Que la única seguridad sea la confianza en el Dios enamorado de cada corazón que intenta, y no en lo externo ni en las apariencias, así le sucedió al muchacho David. Si construyo mi vida desde lo de afuera, las apariencias, no soy capaz de ver lo profundo de cada hermano y cada hermana, sino que lo juzgo y condeno desde lo que veo.

 Desde esa confianza profunda en nuestro Dios, que nos mira con tanto amor, pidamos cambiar nuestra mirada y mirar como Jesús, también desde la hondura del propio corazón hacia la hondura del corazón de mi hermano que quiere mejorar su vida, pero que muchas veces no puede. 

 ¿Cómo mira mi corazón? ¿Qué sueña? ¿Qué siente? ¿Qué lo hace vibrar, lo conmueve? Saquemos fuera de él toda amargura y llenémoslo de Dios, para que así cada vez tenga más lugar, entren más rostros y realidades, aprenda a mirarlas como Jesús, y  se convierta en fuente de bendición.

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