Abrirnos a la voz de Dios

Es que la buena noticia es así, incontenible, necesita comunicarse, “nos abre”, “nos hace salir a contar”, aleja de nosotros las palabras que crean distancia

General - Comunidades Eclesiales05/09/2021 Mario Daniel Fregenal
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En el evangelio de hoy encontramos a Jesús recorriendo varias regiones paganas, marginales, postergadas, rechazadas. En ese recorrido le acercan a un sordo tartamudo, alguien que no podía escuchar y que hablaba con dificultad. “Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte...” realizó un montón de gestos con él. Me llama la atención la insistencia de Marcos, “separó de la multitud”, “aparte”. Como que Jesús quiere tener un contacto a solas con él, con nosotros, con nuestras sorderas. Un acercamiento con esas dificultades que no nos dejan comunicarnos, que confunden. Pareciera que las sorderas son difíciles de sanar, porque nos hacen encerrarnos en la nuestra, no escuchar voces que nos quieren hacer salir; además nos hacen pronunciar palabras que no colaboran con el diálogo, que se prestan a la división. Jesús realiza gestos como en ningún otro milagro hasta ahora. Pienso en este tiempo de grietas, de sorderas de un lado y de otro, de falta de diálogo superador. ¡Qué difícil es abrirnos a los demás, al que tiene una voz distinta que la mía! ¡Cuánto tiene que hacer Jesús por nosotros a través de su cercanía, de sus gestos y su palabra liberadora! ¡Qué difícil es superar nuestros complejos, esas cosas que nos hicieron creer y nos marcaron de niños y que nos condicionan, no nos dejan ser en libertad! Jesús quiere que nos liberemos de las voces interiores que nos apocan y nos abramos a su Buena Noticia de sabernos incondicional e infinitamente amados. ¡Cuánto necesitamos apartarnos con él y ser sanados por su cercanía liberadora y posibilitadora!

“levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Efatá, que significa: Ábrete”. Jesús suspira al Padre por esa persona cerrada a la comunicación, y por todas las personas encerradas en sí mismas, y les ordena: “ábrete”. ¡Cuánto suspirará Jesús por nosotros y nuestras cerrazones! Precisamente la sanación consiste en abrirnos y salir de la nuestra. Abrirnos a la buena noticia de un Padre que en Jesús nos ama a pesar de todo y gratis. Abrirnos a los que nos quieren de verdad y nos recuerdan quiénes somos y para qué estamos, valorando lo más lindo que tenemos para dar, y ayudándonos a superar lo que nos frena. Abrirnos a los gritos de la gente que sufre; no a lo que nos dicen de ellas las pantallas y los medios, sino abrirnos a sus vidas, sus rostros e historias concretas, encontrarnos verdaderamente con ellos, con sus luchas, con lo que viven y sueñan. Abrirnos a la vida hermanada que es la más feliz y necesaria, para caminar al ritmo del mas débil, y así llegar todos juntos. Abrirnos a la voz de Dios, que de mil maneras me susurra delicadamente mi verdad más profunda, lo más genuino mío, que muchas veces tapo o ensombrezco con cosas que no llenan y que me alienan. Abrirnos a Jesús, a su Palabra que es la mejor noticia, que nos hace callar esas palabras nuestras que confunden, alejan, hieren y que dificultan poder entendernos entre nosotros, esas voces que no ayudan a la comunicación.

“Todo lo ha hecho bien”. Ser sanados por Jesús, escuchar la Verdad que brota de sus labios acerca de nosotros y que nos hace salir y abrirnos; ver esos ojos preocupados e involucrados a fondo con nuestra herida, sentir esas manos comprometidas con nuestra historia y sus límites, y oír esa voz inconfundible que nos dice quiénes somos en verdad: ser-con-otros, que resuena con toda su verdad por encima de las demás voces que nos desdibujan; sabernos sanados, rescatados, liberados, capacitados para reinsertarnos en la vida de la comunidad, sentirnos dignos como nunca antes a través del encuentro cercano y decisivo con Él, el enviado del Padre para hacernos hijas e hijos, hermanas y hermanos, todo eso nos hace salir a anunciarlo. Nos hace ser misión agradecida. Iglesia en salida, sanada por Jesús de sus sorderas y misionera de la buena noticia. Esa Vida dentro nuestro es manantial, paso de la vida a la muerte, pascua. Nada ni nadie puede contener ese anuncio, ni el mismísimo Jesús que mandó callar a la gente. ¡Jesús bien lo sabe! ¡Él no pudo contenerse y alabar al Padre cuando sintió en su interior el fuego del evangelio revelado a los pequeños! Es que la buena noticia es así, incontenible, necesita comunicarse, “nos abre”, “nos hace salir a contar”, aleja de nosotros las palabras que crean distancia. Pidamos que Jesús sane nuestras sorderas, para poder escucharlo y -sanados- anunciarlo para que muchos y muchas se encuentren con él a través nuestro, tengan un contacto cercano con él, que les puede cambiar sus vidas para siempre.

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