Ir hasta el final por hacer realidad el sueño de Dios

La vida más feliz es la que se comparte, la que “se pierde”, la que se consigue renunciando al bienestar mezquino.

General - Comunidades Eclesiales12/09/2021 Mario Daniel Fregenal
Fieles hasta el final

“¿Quién dice la gente que soy yo?... Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. La pregunta es sobre la identidad de Jesús. Ya lejos del éxito del comienzo, necesita repensarse con sus discípulos, en la retirada región de Cesarea de Filipos. Todo lo había hecho bien y cada vez lo seguía menos gente. No hubo nadie que no haya salido mejor, más renovado y feliz, más digno y reconocido después de encontrarse con Él, y hay algunos que están tramando todo en su contra. Los descartados lo aceptan, los religiosos, no. Está en juego su vida, todo lo que vino siendo y haciendo, su-ser-misión, su identidad.

Las respuestas de la gente no son muy alentadoras, hay confusión aunque reconocen que Jesús es alguien importante, como Juan Bautista, Elías o algún profeta.

Quien responde de parte de Dios, movido por el Espíritu Santo, confirmando la misión de Jesús, es Simón Pedro: “Tú eres el Mesías”, ‘vos sos el enviado de Dios’, ‘nadie nos habló como vos, ni encendió así nuestros corazones’; ‘nunca vimos gestos tan necesarios y simples como los tuyos’. A partir de la confirmación por parte de Pedro y de los demás, de esos que compartieron la vida con él, que lo conocían más a fondo, que se desconcertaban y conmovían a la vez por sus modos tan tiernos, Jesús decide encaminarse a Jerusalén. Ya no hay vuelta atrás. Da luz aquí la 1ra lectura: “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás”. Jesús escuchó de parte de Dios en labios de Simón Pedro su verdad más profunda y se encamina decididamente a Jerusalén a ser Él, sabiendo qué le iba a ir mal. ¡Nosotros también somos enviados por Dios a vivir una misión! ¿Cuál es mi verdad más profunda, mi identidad, mi ser misión? Una vez que la encontré, debo darlo para desarrollarla lo más posible, hasta el final, para ser pleno y feliz.

Jesús sabe bien qué le sucederá y se los dice claramente: Este mesianismo será combatido por “ancianos, sumos sacerdotes y escribas” hasta la muerte. Cuentan que días antes de ser asesinado, Mons. Angelelli decía que se está cerrando el espiral sobre él, sólo faltaba que le llegara su hora, era bien consciente de su final. Y cuando le rogaban, para cuidarlo, que abandonara la diócesis, él afirmaba que el Pastor no abandona su rebaño. Murió como su Maestro. En el evangelio está en juego la identidad de Jesús de ser enviado del Padre para que vivamos más hermanos y felices, por eso va a ir hasta el final por hacer realidad el sueño de Dios. ¿Quién va a querer seguir a alguien que sabe que va a morir y que le va a ir mal, que humanamente va a fracasar? De allí que siempre que queremos entregarnos a vivir nuestro ser más profundo aparecerán voces que, como la de Pedro, nos querrán apartar del camino. Muchas veces por egoísmo, otras tantas por querer cuidarnos, también por cobardía. Puede que en Pedro se dé un poco de las tres. Y Jesús, que había triunfado, airoso, ante el enemigo en las tentaciones, ahora responde con violencia: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!”, ‘no me quieras apartar del camino, ubicate atrás, como discípulo’. Hay veces en que estamos más enteros para responder, pero hay otras en las que luchamos con innumerables preguntas y ‘peros’. Por eso se entiende la violencia del Señor para con Pedro. Quiere ser fiel a su misión e ir a Jerusalén cuando todo lo desaconseja. Siempre, responder con fidelidad a la propia identidad conlleva esfuerzo y sacrificio, pero está en juego la propia verdad, y la felicidad está en ser fiel a sí mismo, hasta el final.

Y ahí Jesús redobla la apuesta: “el que quiera venir detrás de mí (discipulado), que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Los que intentamos en la Iglesia poner al servicio nuestros dones y talentos, eso que nos regaló Dios y que tiene que ver con nuestra identidad, lo experimentamos. La vida más feliz es la que se comparte, la que “se pierde”, la que se consigue renunciando al bienestar mezquino. Por el contrario, la que “se pierde” es precisamente la que se busca “ganar”, cuidar de mil modos, acolchonar para que no le afecte ningún compromiso, contaminarla de pantallas para no ver los rostros concretos y reclamantes de nuestros hermanos y hermanas más sufrientes, incluso los rostros más cercanos de los que conviven con nosotros.

La vida es para darla, compartirla, quemarla, gastarla por los demás. Muchísimo más la de los discípulos y discípulas de Jesús que intentamos caminar tras nuestro maestro, asumiendo el destino de los últimos, buscando caminar con los crucificados de la historia para resucitar con ellos.

Claro que puedo quedarme en la mía, en mi pieza, edulcorado por mil pantallas, pero a la noche cierro el día con las manos vacías. En cambio, dando la vida en nuestros grupos e iniciativas de vida entregada, nos hace cerrar la jornada diciendo ¡Qué vida más feliz! ¡Acá te presento todos estos nombres y rostros, Señor! ¡Gracias por dejarme caminar tras tuyo para ser feliz!

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