Estás lleno de vida, jugátela!!

‘Dios está en tu corazón y quiere darte vida plena, eterna, el tesoro sos vos y tus ganas de ser mejor, las riquezas no te hacen rico sino el amor, deja todo y sígueme’.

General - Comunidades Eclesiales10/10/2021 Mario Daniel Fregenal
la riqueza sos vos

“Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó ‘Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?’... se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes”. La primera parte del evangelio está marcada por los contrastes. ¡Alguien va lleno de entusiasmo, corriendo hacia Jesús, y se va, lleno de tristeza. Él pregunta por el futuro, por la Vida eterna. Jesús lo invita a comprometerse con el presente, siendo parte del Reino de vida plena. Él busca heredar la Vida eterna. Jesús le dice que ésta consiste en compartir la vida con los desheredados. Él tiene muchas riquezas. Jesús lo invita a tener un tesoro en el cielo. Jesús lo llama a seguirlo, libre de toda atadura. Él se va porque no quiere o no puede desprenderse, desatarse, de sus riquezas. Jesús lo invita a la vida más feliz, y él se aleja, apagado todo entusiasmo, triste.

Definitivamente el reino es semilla de vida compartida y, como bien decía la parábola, hay terrenos en los que ésta crece llena de entusiasmo pero luego, las preocupaciones del mundo y las riquezas la ahogan. Nuestra vida también está llena de contrastes. Todos tenemos nuestros altibajos en el camino de seguimiento. Que el evangelio de hoy sea una invitación a darlo todo. Jesús nos mira en profundidad, y si nos invita a algo es porque nos sabe capaces. Animémonos a ir dejando que el Reino sea una realidad cada día más presente entre nosotros, para eso, no nos aferremos a lo material o a lo exterior, y, conscientes que Dios nos habita, busquemos compartir lo que somos con los demás.

“Jesús, fijando en él su mirada, le amó (lo miró con amor) y le dijo: ‘Sólo te falta una cosa’”. ¡Qué fuerte esta expresión: lo miró y le amó! Es la única vez que se utiliza esta frase en el evangelio de Marcos. ¡Cuánta riqueza interior habrá visto Jesús en esta persona! Si recordamos el evangelio de la semana pasada, entendemos mejor la invitación de Jesús: ‘Deja las riquezas y sígueme, por tu bien, no pongas en ellas tu confianza, tenés que ser como niño y sólo confiar en Dios, sino ya tenés en ellas tu recompensa. Estás lleno de vida, jugátela’. Está en nosotros hacerlo o no. Nadie nos obliga. Pero si queremos una vida definitiva, con mayúsculas, eterna, este es el camino.

¡Cuántas posibilidades habrá observado Jesús en esta persona! ¡Cuántas potencialidades para el Reino!, ‘¡Éste tiene que estar con nosotros!’ y sin embargo esta persona, digna de la mirada amorosa de Jesús, no se animó a seguirlo, por las riquezas. Si esta persona se fue triste, ¡cuánto más triste se habrá puesto Jesús! De hecho vislumbramos su tristeza en el lamento que sigue a continuación: ver que quien tiene todo para ser pan, malogra sus dones, sus ansias de más, sus buenas costumbres por estar apegado a lo material, a las apariencias, a lo de afuera, dejando así ahogar la semilla.

Pensémonos ahora mismo nosotros, mirados por Jesús, contemplados amorosamente cómo somos, llenos de dones, conociéndonos a fondo, sabiendo nuestros esfuerzos, soñando con lo que podemos dar; pero también entristeciéndose cuando sofocamos la semilla, no nos animamos a compartir, no soltamos lo que creemos nuestra seguridad, nos preocupamos por tener y no por ser.

Todos somos valiosos. Eso mismo le habrá dicho -¡y nos dice!- Jesús con su mirada amorosa: ‘Vos sos precioso, vales mucho, Dios está en tu corazón y quiere darte vida plena, eterna, el tesoro sos vos y tus ganas de ser mejor, las riquezas no te hacen rico sino el amor, dejá todo y seguíme’.

“¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino!”, es decir, en este nuevo modo de relaciones inaugurado por Jesús, donde Dios es Papá, y nosotros hermanas y hermanos. Los discípulos se sorprenden: ¡si la riqueza es signo de bendición! ¡Cómo se entiende! Pero Jesús va por más, no sólo para los ricos, “para los hombres es imposible”, es decir, para todos; porque nos cuesta compartir, porque la codicia muchas veces nos puede, porque nos sumergimos fácilmente en el sálvese quien pueda, porque no renunciamos con facilidad a las seguridades, tiempos, conquistas, espacios personales, porque nos preocupamos más por lo de afuera que por lo de adentro, por tener que por ser, porque nos peleamos entre nosotros, nos acostumbramos a ver la pobreza como normal, sin que duela.

Menos mal que el Reino se realiza por la voluntad amorosa e invencible de Dios, el único bueno, que quiere estar con nosotros, porque para nosotros es imposible. Su amor triunfa en nuestros apegos, nos insiste en Jesús y en su Iglesia, que la felicidad está en compartir y en reconocernos hermanos y hermanas. Por tanto nuestra seguridad tiene que estar sólo puesta en Dios, que en Jesús nos hermana y nos hace reinar consigo, y no en lo que no es Dios o lo que le quiere robar su lugar. La recompensa de la vida eterna comienza aquí con una familia nueva, la Iglesia, y con un sólo Padre, Dios, que en Jesús nos llama “hijos míos”, nos contempla amorosamente, ve lo valioso que somos y de cuánto somos capaces, y nos invita a seguirlo porque nos conoce a fondo y nos quiere felices, compartiendo la vida con los demás, libres de toda atadura que obstaculiza que nos demos genuinamente, sin buscar más recompensas que sabernos llamados a caminar con Él, y con la única riqueza de tenerlo en el corazón.

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