Jesús escucha nuestros gritos y súplicas!

Nuestra fe tiene un potencial sanador y transformador, que nos hace superar cualquier ceguera.

General - Comunidades Eclesiales24/10/2021 MARIO DANIEL FREGENAL
LA FE DESATA VIDA

El evangelio de este domingo trata del conmovedor encuentro entre Jesús y Bartimeo, un mendigo ciego, sentado al costado del camino. Es el último relato antes de su entrada a Jerusalén.

“Llámenlo”. Es llamativo que Jesús, que se acercó a cada dolor, cuya actitud siempre fue en salida, que siempre se mostró en movimiento, y ahora mismo va a darlo todo a Jerusalén por el Reino de su Padre, no se acerca a Bartimeo, no va hacia él, lo manda llamar. Bartimeo, necesita salir de ese estancamiento, tiene todo para hacerlo. Es por eso que, sostenido por quién es el que llama, sabiendo que si el llamado es de Jesús, Él lo va a esperar el tiempo necesario, se pone en pie de un salto y va a su encuentro. Jesús toma la iniciativa, generando la ocasión, pasando por allí y provocando el encuentro, pero Bartimeo deberá ponerse en pie, salir de su estancamiento y sus seguridades, dejar de mendigar nada, ponerse en el camino y no al costado, e ir hacia Él.

Nuestra misión, servicio, vocación, identidad, siempre lo tiene a Jesús de iniciador. Él hace todo por encontrarnos, Él escucha nuestros gritos y súplicas, se detiene, nos llama a una vida feliz y nos espera pacientemente el tiempo necesario; pero nosotros debemos también poner de nuestra parte, poniéndonos de pie con urgencia, soltando todas las seguridades, conquistas o miedos que nos pueden frenar, desatando en nuestro interior dinamismos de vida y, con libertad, ir hacia Él. Jesús nunca nos va a pedir algo que no podamos hacer, y todo lo que él nos pide es para nuestro bien.

“Tu fe te ha salvado”. ¡Qué frase tan cierta! ¡De cuántas cosas nos ha salvado la fe!

Para Bartimeo, la fe que habrá comenzado con escucha y curiosidad, que lo hizo profundizar más en quién es ese predicador itinerante de buenas noticias, para ese día trasladarse hacia las afueras de Jericó sabiendo que iba a pasar por allí, que lo impulsó a suplicar a los gritos, sin importarle las formas, ni los inútiles intentos de la gente por callarlo; esa fe que lo hace confiar en una simple palabra distante, “llámenlo”, con la certeza interior que ya estaba ‘viendo’, y que lo hace responder al llamado poniéndose de pie, con prontitud, fue la que hizo nacer desde su interior la vista, la sanación, y con ellas, la felicidad y el seguimiento. Jesús no lo toca, no sopla ni le impone las manos, no realiza ningún gesto; simplemente dice, constata, le anuncia a Bartimeo que su fe floreció en sanación y discipulado, que su ceguera no existe, y que está realmente salvado porque se encontró con Él, y desde Él, consigo mismo y el potencial, hasta ahora contenido, de su fe invencible.

Nuestra fe tiene un potencial sanador y transformador, que nos hace superar cualquier ceguera. No procede de ningún lugar, sino que opera desde dentro hacia afuera. Jesús, con su llamado, despierta las fuerzas nuestras contenidas, inseguras, tímidas, desconocidas hasta entonces, para que podamos ver la vida en profundidad y seguirlo hasta el fin, asumiendo el camino de la cruz.

“Comenzó a ver y lo siguió por el camino”. Porque fue sanado, porque ‘vio’ a Jesús antes de ver, y al verlo confirmó lo que ya había visto y oído en su corazón; porque se vio a sí mismo renovado, como nunca antes, reconoció en sí una fe invencible, capaz de todo, y se encontró con una nueva, impensada y gratuita oportunidad, y sobre todo porque “quería ver”, es que lo va a seguir por el camino. No está en su horizonte abandonar a Jesús o alejarse de Él, sencillamente no puede. 

Y Jesús encuentra en Bartimeo un discípulo, quizá el único, que imita su modo gratuito de ser y lo sigue sin tener por qué, sin haber sido  llamado, sin anhelar privilegios o primeros puestos, gustoso de subir con él a Jerusalén; el único que sintoniza a fondo con Él y su Padre. Bartimeo está tan agradecido que su gratitud se transforma en desobediencia, Jesús le dice “vete”, ya está, ya tu fe te sanó, anda a tu casa, no te acerques a mí porque te puede ir mal, pero a nuestro amigo, el último milagro de Jesús, ni se le cruza por la cabeza abandonar al que ve en profundidad, y lo sigue por el camino soltando su comodidad y sus seguridades, precisamente porque Él quería ver, y encontró el lugar, el camino y la persona que ve la vida con ojos buenos, generadores de posibilidades, facilitadores de encuentros y provocadores de salvación, cuya palabra despierta en nosotros dinamismos de vida y felicidad impensados, pero que quiere que pongamos también de nuestra parte, porque la fe es don y tarea; llamada y respuesta, sanación y seguimiento decidido a darlo todo entregando la vida.

Sigamos a Jesús con Bartimeo, porque queremos ver la vida con ojos de discípulos, los únicos que hacen falta, para provocar encuentros, despertar dinamismos de vida y hacer que muchos hermanos y hermanas se pongan de pie y vayan hacia Jesús para que los haga ver su realidad y descubran su misión aquí y ahora.

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