Apertura a Dios y a los demás

Si habita en mí el amor de Dios, no podré más que amar a los demás. Y entonces, del mismo modo que cuido de mí y de los míos, también quiero cuidar de los demás

General - Comunidades Eclesiales31/10/2021 Mario Daniel Fregenal
Apertura

“¿Cuál es el primero de los mandamientos?”, fue la pregunta de un escriba que escuchó la sabiduría de Jesús, quien estaba polemizando con distintos grupos del judaísmo, los últimos días de su vida. Jesús responde resumiendo las dos tablas de la ley, y sentenciando que no hay nada más importante que el amor a Dios y el amor al prójimo. Es así que, sostenidos por Su amor infinito, hay que centrar toda la vida en Dios. Todas las decisiones, opciones, relaciones y caminos emprendidos, que todo esté orientado hacia Él, para amarlo más. Pero esa vida orientada hacia el Padre sólo se expresa tendiendo la mano a los más heridos, los más necesitados de ayuda, los más postergados que ni siquiera pueden pedir o levantar su voz. Además, no es que tenga que primero amarme a mí mismo para poder amar a mi prójimo (nuestro egoísmo siempre encuentra excusas que posponen o clausuran el amor a los demás). No. Sino que en este corazón, lleno de Dios, expandido por su amor, entre el prójimo con su realidad. Si habita en mí el amor de Dios, no podré más que amar a los demás. Y entonces, del mismo modo que cuido de mí y de los míos, también quiero cuidar de los demás; de la misma manera que me preocupo por mis cosas y mi gente, así debo comprometerme con sus búsquedas, buscando una vida mejor para ellos. “Amarás al Señor..., con todo...y a tu prójimo como a ti mismo”. Centrados en Dios y compartiendo la vida con los demás. Y por si no queda claro, desde el capítulo 10 de Lucas, nosotros tenemos un plus para comprender el significado de la palabra prójimo, entendido siempre en primera persona: yo soy prójimo de todo herido al costado del camino de la vida. ¿Cómo estamos viviendo esto? “¡No hay otro mandamiento más grande que estos!”

La respuesta de Jesús en el fondo refleja su propio camino, habla de lo que Él es, de lo que fue toda su vida hecha pan, ya a punto de ser entregada como grano de trigo. Amar profundamente a su Abbá bueno, anunciando su amor misericordiosamente gratuito por nosotros; y comprometiéndose con toda herida y todo dolor, sintiéndolos propios, asumiendo y compartiendo el destino de los más desfavorecidos, doliéndose por y con ellos, y buscando con todas sus fuerzas dignificar más la vida de los pobres y descartados, para así hacer feliz a su Abbá bueno y tierno. La actitud o disposición interior que nos ayuda en esta dirección es la apertura para escuchar al Padre en oración y para ser Iglesia en salida, siempre abierta a lo que el Espíritu Santo sopla. Jesús dice “escucha Israel”. Toda su vida fue escuchar, Jesús siempre vivió abierto al Padre y a los últimos. Viviendo en una actitud de escucha y discernimiento, buscando, orando, prestando oído a la voz de Dios que resuena con fuerza en nuestro interior. Como diría Monseñor Angelelli, con un oído en el Evangelio y otro en el corazón del pueblo, así fue Jesús, escuchando al Padre en madrugadas orantes pero también en aquellos que encontraba en el camino, aprendiendo de sus vidas, escuchándolos con gusto y comprendiendo sus caídas y sus búsquedas genuinas, ampliando así sus propios horizontes de comprensión. Viendo en los rostros sufrientes de sus hermanos y hermanas, los sueños truncos de su Padre por un mundo más humano. Por esos rostros y esos sueños, Jesús está a punto de entregar su vida. Que como Jesús y María, vivamos en actitud de apertura a lo que Dios quiere para responder con fidelidad. Esto sólo se logra con un oído en el Pueblo y otro en el evangelio.

El evangelio de hoy comienza: “Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó”, y concluye: “Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo”. Ambos se oyen y ven, y se van mejor que antes. El escriba oye a Jesús y ve cómo respondió a los saduceos, coincide plenamente con lo que él piensa, y se acerca. No era fácil aproximarse a Jesús, estaba siendo hostigado por todos, en la explanada del Templo, había muchísima gente, él mismo podría quedar mal parado delante de sus paisanos por manifestar simpatía por el Galileo. Sin embargo el  escriba oye, ve y se acerca al lugar de la hostilidad, de la discusión. Lo que vio y oyó merecía correr cualquier riesgo. Acercarse a Jesús era un deseo imposible de resistir para cualquiera que busque con sinceridad ser mejor.

Jesús escucha al escriba sin ninguna antipatía, no está a la defensiva, lo oye como si fuese la primera persona que se dirige a él, y así mismo le responde. Venía siendo provocado por distintos grupos, lo natural es que se presente a la defensiva o que responda con alguna evasiva, pero Jesús trataba a cada uno como si fuese único, latía dentro suyo la vida de Dios de tal modo que lo hacía estar siempre en actitud de apertura.  Después de escuchar que el escriba sintonizaba profundamente con él, y de ver “que había respondido tan acertadamente” y le dice que no está lejos del Reino.

Fruto de ese encuentro, el escriba se va profundamente agradecido y confirmado, pero Jesús también habrá dado gracias al Padre porque el Reino es semilla y crece en todos los terrenos.¡Cuánto para aprender! Buscar con sinceridad a Dios y arriesgar por lo que vale la pena. Tratar a todos por igual sin ser condicionados por lo que nos pasa, el otro no lo merece. ¡Qué hermosa imagen de oración! Después de encontrarme un rato en el sagrario me voy mejor, me siento acompañado. ¡Pero Jesús también! Él me susurra: ¡Vamos, no estás lejos, vamos juntos!

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