Jesús viene a liberarnos

Es propio de Dios abrazar nuestro límite, socorrer nuestra debilidad, aparecer en cada catástrofe nuestra.

General - Comunidades Eclesiales28/11/2021 Mario Daniel Fregenal
Adviento Despiertos y Amando

Iniciamos el hermoso tiempo de Adviento, camino de preparación a la meta final, la venida de Jesús en la que “Él será todo en todos”. En la segunda mitad de este tiempo litúrgico, nos prepararemos más específicamente para la navidad.

Hoy inauguramos la lectura del evangelio según san Lucas que nos acompañará a lo largo de todo el presente ciclo C, así como el anterior (ciclo B) estuvo acompañado por San Marcos, y el próximo año litúrgico (al final del 2022), ciclo A, por Mateo.

Si bien el evangelista es otro, el  contexto del evangelio es el mismo de las semanas anteriores, los últimos días de Jesús que se encuentra ya en Jerusalén. El lenguaje, por tanto, sigue siendo de tono apocalíptico. Es la última enseñanza pública de Jesús. La próxima será en la intimidad de la última cena y a sus discípulos. Inmediatamente a continuación de este evangelio comienza a desarrollarse la pasión.

Como hemos venido diciendo los domingos anteriores, la apocalíptica busca generar esperanza: cuando todo parezca catastrófico, que ‘no damos más’, que todo llega a su fin, aparecerá Jesús para liberarnos. Allí nos tenemos que ubicar para ver qué nos quiere decir la Palabra este domingo. Es propio de Dios abrazar nuestro límite, socorrer nuestra debilidad, aparecer en cada catástrofe nuestra.

“Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas; en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo (...) Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos”. Hay fenómenos exteriores que provocan miedo y angustia, y que están fuera de nuestro control, nos exceden, simplemente suceden más allá de nosotros; y esto es siempre, de día y de noche, a lo largo de todos los tiempos, de hecho a muchos el futuro genera ansiedad y desconcierto. También hay fuerzas malignas que tienen que ver con nuestro comportamiento y que dañan la vida, lastiman, destruyen y matan (el mar era símbolo de las fuerzas negativas, demoníacas, desconocidas), que nos afectan oprimiéndonos, generando injusticias, pisoteando lo que busca crecer. Todo eso también provoca miedo y desánimo. Pero también hay excesos interiores, personales, que sí podemos corregir o intentar cambiar, que quieren ahogar la vida de Dios en nosotros, que buscan que olvidemos lo esencial de su Reino y la vida compartida, que nos tientan con buscar la felicidad y las seguridades en lo material. Una traducción linda que encontré decía: “Tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que se vuelvan pesados sus corazones por el libertinaje”; de eso se trata, de que el corazón, que está destinado a la vida más plena y fecunda, a latir liviano, solidario y libre, comienza a pesar porque está centrado en lo material, en lo que no sacia, obsesionado por ser amado y reconocido a cualquier costo, sin arriesgarse a amar; devorando la vida de los demás a través de todo tipo de excesos, y por eso dividiendo; de ahí que el peligro somos nosotros mismos. Si el Reino es semilla, busquemos que las preocupaciones no la sofoquen, haciendo así pesado el corazón; sino que con la confianza puesta en Dios, que nos habita y plenifica, depositemos nuestros miedos e inseguridades en sus manos, y hagamos que su vida dentro nuestro lata libremente generando frutos de obras buenas.

El evangelio busca esperanzarnos con la certeza que, en medio de las señales que nos provocan temor, que nos agotan, que sofocan la semilla del reino, que nos dan miedo, que aprisionan la vida; sean las externas, como la pandemia que estamos transitando; aquellas que tienen que ver con el pecado estructural, como también las que provienen de los excesos interiores, las preocupaciones, la búsqueda del bienestar material personal a costa de la vida de los demás, sin preocuparnos del ‘más allá’ por estar ciegos en el ‘más acá’; Jesús viene a liberarnos de todas esas situaciones que nos hacen doblegarnos, agacharnos, andar cabizbajos y humillados, nos dice: “ánimo, está por llegar la liberación”. Siempre la presencia de Dios en nuestra vida, su visita, su venida es santificadora, vivificante, plenificadora. Así como en Galilea entre sus paisanos, del mismo modo, tierno y comprometido con nuestra fragilidad, vendrá al final de los tiempos, para desplegar en plenitud su vida que nos habita. Claro que hay circunstancias que nos afectan sin poder hacer nada, injusticias y corrupción, pecados y complejos personales; pero tenemos que agudizar los sentidos para ver a Jesús que viene a liberarnos.

Por eso, en medio del miedo o la angustia, sus palabras para este tiempo son: “tengan ánimo y levanten la cabeza (...) estén prevenidos y oren incesantemente”. Ese es nuestro camino, nuestro modo de vivir. Ya lo dijimos, nadie conoce el día ni la hora. Hasta podríamos decir que mucho no nos inquieta, porque sabemos quién es el que viene, cuánto nos ama y cómo nos quiere encontrar, por lo tanto, nada de estar mirando hacia abajo, temblorosos de miedo; lejos de nosotros la angustia, porque si Jesús viene es para nuestra plenitud, para nuestro bien. Él nos tiene que encontrar despiertos, prevenidos, vigilantes y amando, en permanente actitud de oración, que nos abre hacia Dios, que nos hace entrar en diálogo permanente y fecundo con él y con nosotros, a base de la escucha, la palabra y el discernimiento. De allí que, en el ‘mientras tanto’ de su venida, debemos comprometernos en el "amor mutuo", permanentemente atentos, despiertos y amando; y haciendo presente a Dios en nuestra vida a través de la oración, dándole lugar en nuestras cosas. ¡Qué hermoso tiempo Dios nos regala para esto! ¡A preparar el corazón!

Lecturas: /contenido/419/inicio-del-tiempo-de-adviento

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