Ser portadores de Jesús para los demás

En el Dios que nos habita, vamos descubriendo quiénes somos y para qué estamos; gustamos inconfundiblemente que la vida es más bella cuánto más compartida.

General - Comunidades Eclesiales19/12/2021 Mario Daniel Fregenal
María e Isabel
María, sus gestos

“Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña”. María acababa de dar el sí más decisivo de su vida e inmediatamente se pone en camino, atravesando la región montañosa, con el corazón lleno de sueños, interrogantes, sentimientos, incertidumbres y miedos.

¡Cuánta vida de Dios latía en el corazón de María! ¡Cuántas personas se habrán cruzado en el camino con la jovencita llena de Dios! María llevaba dentro suyo la mejor noticia de Dios para todas y todos, pero nadie la percibía. Incluso alguno habrá arrojado, juzgándola: ‘qué hace ésta, caminando sola, sin la presencia de un varón, dónde se vió’. Porque para los juicios somos más prontos que para las manos tendidas. Y ella caminaba, habitada de Dios, yendo a ayudar. También nosotros peregrinamos la vida al lado de tantas personas que, como María, están llenas de vida en su interior; caminan preocupadas por responsabilidades, cierres de notas, informes, análisis, enfermedades, operaciones, duelos, familia e hijos, trabajo y obligaciones, contagios y cuidados, pero que sin embargo, a la hora de servir, al enterarse de alguna necesidad, se ponen en camino sin demora ni excusas, porque se saben preñadas de Dios, habitadas por la fuerza de lo alto, conscientes de ser Templo del Espíritu. ¡Cuán respetuosos debemos ser de la vida de Dios en el corazón de nuestros hermanos! ¡Cuántos intentos de la semilla por dar fruto! ¡Cuántas ansias de ayudar y mejorar las cosas! ¡Cuántos santos de la puerta de al lado cruzamos cotidianamente!

Que podamos agudizar nuestra mirada y nuestro corazón para percibir, gustar y celebrar tanta vida de Dios caminando en nosotros y entre nosotros. A Dios le gusta trajinar escondido en nuestras ansias y sueños, en lo que no aparece, sea en Belén de Efratá, en una semilla pequeña o en una jovencita con pies decididos y ojos buenos. ¡Descubramos, celebremos y cuidemos la vida de Dios escondida en los pasos, las intenciones y los gestos de los demás!

“Feliz de ti por haber creído”. Una gran verdad que Isabel dice a María. Es que la fe realmente nos hace felices, nos hace creer en el paso sencillo, delicado y plenificante de Dios en nuestras vidas, casi en puntas de pie; ¡no caminamos solos! María es feliz porque siente en la hondura de su corazón a Dios, que la ama, que cuenta con ella, que la hace ser misión. La fe nos hace conscientes que para Él somos importantes, que nos ama incondicionalmente y que cuenta con nosotros para dar lo más lindo nuestro a este mundo. Creyendo profundamente en el Dios que nos habita, vamos descubriendo quiénes somos y para qué estamos; gustamos inconfundiblemente que la vida es más bella cuánto más compartida; caminamos sintiendo dentro nuestro qué quiere Él para nuestra vida y para la de los demás, andando sus caminos y cumpliendo su voluntad, como decía la segunda lectura.

Sabernos así amados y bendecidos, conscientes del don de Dios en nuestras vidas, llamados a ser también nosotros llenos de gracia, nos transformamos en servicio y abrazo, misión comprometida y alabanza sencilla a Dios y a sus pobres, gesto pronto y palabra que bendice y es bienaventuranza. Porque eso es lo que sucede entre María e Isabel, ambas conscientes del don de Dios en sus vidas, ambas regalazo de Dios, la una para la otra.

De María sabemos todo lo que hace, su estado y movimientos, hasta sabemos que saluda; sin embargo, a diferencia de Isabel, no se sabe qué dijo, desconocemos su palabra, porque no interesa tanto aquí. Lo más importante es que ella se hace gesto, visita de Dios para la vida de Isabel y de los demás, misión urgente y decidida, saludo lleno de Dios y servicio amoroso.

A las puertas de la navidad, pidamos a María ser una Iglesia rica en gestos urgentes, buscadora de los caminos de Dios en el silencio contemplativo; abierta y dispuesta a la escucha que sana, reconforta y sostiene; y atenta y delicada en pronunciar palabras reveladoras que celebran el paso de Dios en la vida de los demás, elevándolos, animándolos y dignificándolos. Así debemos ser nosotros, portadores de Jesús a los demás a través de innumerables gestos y también palabras que lo presencian Dios con nosotros.

Que en este tiempo no dejemos de ser agradecidos por el paso de Dios en nuestras vidas, y estemos con la mirada atenta en la vida de Dios escondida en el corazón peregrino de nuestros hermanos y hermanas. Que esto nos haga orar un poquito más, porque este Dios que visita nuestras vidas nos da la oportunidad de, como hace Isabel, poder bendecirlo, amarlo, servirlo, darle lugar en nuestro corazón y en nuestra casa, como a Jesús y María, abrazarlo en sus pobres y gritar  que la fe nos hace felices.

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