"Jesús, a vos no te la puedo ‘caretear’, vos sabés todo de mí"

"sabes todo de mí: mi flor y mis espinas, mi barro y mi luz, mis batallas y mis intentos, mis frutos buenos y los amargos, mi canción y mi lamento; Señor, tú lo sabés todo, tú sabes que te quiero"

General - Comunidades Eclesiales01/05/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Sabes cuanto te amo...

¡Qué hermoso el evangelio de hoy! Tiene dos partes. Diremos algo de ambas.

Jesús se aparece de nuevo a sus discípulos que regresan a la pesca, a lo que sabían hacer. Se habían olvidado que fueron elegidos pescadores de hombres, que el Señor los llamó para dar la vida, y todo en ellos se hizo rutina, manos vacías, frustración. Hay una pregunta poderosísima que Jesús hace a estos siete y también a nosotros: “¿Tienen algo para comer? Ellos respondieron, No”. Estuvieron pescando toda la noche, buscaron esperanzadamente conseguir algo, pusieron todo de ellos, remaron, perseveraron hasta el amanecer sin ningún resultado, y responden un amargo “no”. ¡Cuánta frustración en esos discípulos! Imaginemos que Jesús hoy nos pregunta a nosotros: ‘¿Tenés algo para comer, ofrecer, dar? ¿Qué hay en vos que pueda alimentar, saciar hambres, ayudar?’. A veces le responderemos: ‘¡sí, Señor! Tenemos patios llenos, visitamos muchos enfermos, acompañamos a mucha gente, sostenemos vidas, recibimos la vida como viene, nuestras redes están llenas’. Pero otras tantas nos pasa como a estos discípulos, trabajamos sin obtener frutos, nos cansamos hasta no dar más y nadie lo ve, buscamos dentro nuestro y sólo tenemos pecados, fallas, traiciones, fracasos; nos sentimos vacíos, sin nada. Pero Jesús no acepta un ‘no’ de nuestra parte cuando se trata de vernos con realismo, ver de cuánto somos capaces. Por eso interviene y nos invita de nuevo a la hermosa aventura de renovar la esperanza y buscar de nuevo, de intentarlo una vez más, de ir a lo profundo y confiar en su palabra. Todas y todos estamos llenos de dones y talentos. Será cuestión de sumergirnos e ir a nuestra hondura personal, escuchar a Jesús que esperanzadoramente nos anima a probar una vez más -Él nos toma en serio y sabe que con Él podemos-, animarnos mutuamente, e intentarlo de nuevo.

Te invito a que hagas oración esa pregunta. Jesús sabe todo lo que podés ofrecer, te conoce, te llenó de dones para que seas feliz, te mira y te pregunta ‘¿Tenés algo para dar?’ ¿Qué le respondés?

El diálogo entre Jesús y Pedro es tan conmovedoramente nuestro. Jesús pregunta tres veces si lo ama a aquel que tres veces lo negó. Jesús guía de la mano a Pedro a la profundidad de su amor, a la renovación del seguimiento; pero Pedro tiene que conectar con su traición, con su límite, con su pecado pero no para revolcarse en él y hundirse, sino para, de la mano de Jesús, de cara a Él, reconciliarse y renovarse. Jesús quiere que Pedro responda desde su encendido corazón, ese que lo cautivó desde el primer momento, y lo logra. Nos dice el evangelio: “Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Pedro habrá sentido pasar por su corazón toda su historia, la reciente y  la pasada; su antes y después del encuentro decisivo con Jesús que lo cambió todo. Desde ese corazón llamado a la increíble aventura del anuncio del Reino, con los ojos a punto de desbordarse en lágrimas, Pedro le responde casi ‘ubicando’ a Jesús:  ‘Jesús, a vos no te la puedo ‘caretear’, vos sabés todo de mí. Nunca nadie vió en mí lo que viste vos. Nunca me sentí más yo mismo, sin máscaras ni complejos, que estando a tu lado. Nunca nadie hizo por mí todo lo que hiciste vos, Señor. Por eso me dolió tanto mi traición, mi abandono, mi cobardía. Pero Jesús, vos lo sabés todo de mí, vos bien sabés que te amo; que soy pecador, mezquino, egoísta, arrebatado, pero te amo. Sabés que te negué y al hacerlo me negué a mi mismo; sabés las veces que no entendiendo ni estando de acuerdo con tu camino elegido, te quise alejar para cuidarte y que no nos pase nada, pero sin embargo te seguí hasta el final. Señor, en mis ojos ves mi amor, yo sé que vos sabés todo de mí, vos sabes mejor que nadie que te amo’.

Te invito a hacerlo oración, que le pidas permiso a Pedro para ocupar su lugar, mires cara a cara a Jesús, te sientas enamoradamente contemplado por sus ojos y le digas: ‘Señor, vos sabes todo de mí; sabes que digo que te sigo, que sos el centro de mi vida, pero que en la práctica te dejo de lado, me olvido que estás conmigo. Conocés de mí que soy el peor pecador pero que cada día me levanto queriendo ser mejor, serte más fiel, caminar tras tus huellas e ir mar adentro; pero que siempre termino o en la comodidad de la orilla, o con las redes y las manos vacías. Arriesgas conmigo cada día en que supere ese pecado que se me está anquilosando, y ante cada caída me susurrás: ‘¡vamos, intentemos una vez más, juntos podemos!’. Señor, vos ves de mí eso que todavía yo no me animo a ver ni me atrevo a soñar, me conocés, sabes todo de mí: mi flor y mis espinas, mi barro y mi luz, mis batallas y mis intentos, mis frutos buenos y los amargos, mi canción y mi lamento; Señor, tú lo sabés todo, tú sabes que te quiero; Vos sabés todo, vos sabés que te amo, lo sabés mejor que yo mismo. Ayudame a serte más fiel y a seguirte siempre’.

El evangelio termina con un “sígueme”. Animémonos mutuamente a intentarlo cada día más.

Lecturas: /contenido/494/evangelio-del-tercer-domingo-de-pascua

Te puede interesar
Lo más visto