
...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.
"No aceptan al señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los siervos que él les envía con paciencia increíble. No respetan ni a su hijo"
General - Comunidades Eclesiales08/10/2023 José Antonio Pagola
La parábola de los «viñadores homicidas» es, sin duda, la más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su pueblo. No es fácil remontarse hasta el relato original, pero, probablemente, no era muy diferente del que podemos leer hoy en la tradición evangélica.
Los protagonistas de mayor relieve son, sin duda, los labradores encargados de trabajar la viña. Su actuación es siniestra. No se parecen en absoluto al dueño que cuida la viña con solicitud y amor para que no carezca de nada.
No aceptan al señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los siervos que él les envía con paciencia increíble. No respetan ni a su hijo. Cuando llega, lo «echan fuera de la viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
¿Qué puede hacer el dueño? Terminar con estos viñadores y entregar su viña a otros «que le entreguen los frutos». La conclusión de Jesús es trágica: «Yo os aseguro que a vosotros se os quitará el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
A partir de la destrucción de Jerusalén el año 70, la parábola fue leída como una confirmación de que la Iglesia había tomado el relevo de Israel, pero nunca fue interpretada como si en el «nuevo Israel» estuviera garantizada la fidelidad al dueño de la viña.
El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la jerarquía. No es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Su único dueño es el Padre. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en «el pueblo que produce sus frutos» de justicia, compasión y defensa de los últimos.
La mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que mate la voz de los profetas, que los sumos sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá nuevos caminos de salvación en pueblos que produzcan frutos.
Lecturas: /contenido/747/la-piedra-que-desecharon-los-arquitectos-es-ahora-la-piedra-angular
  

...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.

Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura.

"La familia es el primer espacio de contención, de escucha, de ternura. Es allí donde aprendemos a compartir, a cuidar, a resistir juntos",

Para vivir de manera agradecida es necesario reconocer la vida como buena; mirar el mundo con amor y simpatía; limpiar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para apreciar lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las cosas.

...nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.

Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del hermano.

...nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.

Para vivir de manera agradecida es necesario reconocer la vida como buena; mirar el mundo con amor y simpatía; limpiar la mirada cargada de negativismo, pesimismo o indiferencia para apreciar lo que hay de bueno, hermoso y admirable en las personas y en las cosas.

"La familia es el primer espacio de contención, de escucha, de ternura. Es allí donde aprendemos a compartir, a cuidar, a resistir juntos",

Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura.

...cuando se vean rechazados por la sociedad, sapan que Dios los acoge; cuando nadie les perdone su indignidad, sientan el perdón inagotable de Dios. No lo merecen. No lo merecemos nadie. Pero Dios es así: amor y perdón.