
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
Hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
Mundo - Vaticano20/04/2025Miseria y misericordia se hundirán en el misterio de la Pascua. Tanto que si decimos ambas expresiones rápidamente hasta parecerían confundirse. Sin embargo, ellas tienen enclaves distintos.
La miseria indica lo indecible; donde no hay palabras para tanto horror cotidiano. Todo orienta al abismo de la sin salida. Frente a ella, instintiva pero contundente las miradas se desvían, los oídos se cierran y los esgrimidos argumentos arden. “¡Muchos se asombraron de ti, pueblo mío! Desfigurado el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto! (Is. 52, 14) atinaba describir el biblista.
Son los despojados de sus mesas, violentados del trabajo y salarios, arrebatados en su dignidades y esperanzas. Cuando no se ven sus rostros, no se contemplan sus derechos. Entonces, la agónica miseria popular no es raíz social estigmatizante; sino verdadera visibilización de aquellos que la causan: ¡los miserables de siempre! Y aquí, tampoco hay rostros, pero sí caretas.
El misterio de la cruz de Jesús devela esta historia aporofóbica. Nada ingenua, por cierto. Su trasfondo apático es ideológico. Peligroso desprecio que denota el juego de intereses sistémicos a un proyecto de pueblo. Horizonte irreductible y férreo que solo el Crucificado pudo romper. “En aquel momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron, los amenazantes sepulcros de muerte se abrieron y muchas personas volvieron a vivir” (cf. Mt 27:55 ss).
Así pues, la misericordia de Dios derramada en nosotros se hizo camino de pueblo y proyecto de nación. “Para ello he venido, para que tengan vida y la tengan en abundancia”, dice el Señor (Jn 10, 10).
Entonces, no cabe duda alguna, hay lugar cierto para el amor político. Hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.
De eso se trata, “miserando atque eligendo”. Nos miró con misericordia y eligió, lema pontificio de Papa Francisco que también podría ser el desafío actual. Dirigencias capaces de “misericordiar la miseria”. Si no, de nada sirven, de nada valen. Una vocación de ternura política que procede del corazón y llega a los ojos para ver, a los oídos para escuchar y a las manos para ejecutar. “Los más pobres deben enternecernos; ellos tienen derecho de llenarnos el alma” (Francisco).
Que la Pascua nos anime a dar renovados pasos a favor de una dignidad nacional cooptada y reemprender de modo nuevo una convivencia inclusiva y federal “¡Soy Yo, no teman! dice el Señor” (Mt 12, ¡27)! Así pues, quienes hemos puesto la confianza en Jesús, no quedaremos defraudados: «Spes non confundit» (Convocatoria Jubileo 2025. Roma).
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
Actualizaste y tradujiste el Evangelio de nuestro Señor al lenguaje de los nuevos tiempos.
Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana".
“albergar esperanza” connota el gesto conjunto y solidario de “apertrecharse” en los desafíos del actual Santiago. Unirse bajo amenaza y con claridad de objetivo.
La Iglesia Primada de la Argentina celebra por el cardenal Mons. Vicente Bokalic Iglic,
"Nada extraño, si a ti, que has querido volver al evangelio, se te ataca en nombre del evangelio"
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.