El amor, clave y razón, por la que anunciamos.

"no podemos pasar por alto a la hora de poner en juego nuestra palabra: el amor. La profecía sin amor, no sirve; el anuncio sin amor, no sirve; son nada".

General - Comunidades Eclesiales29/01/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
El Reino Crece
Crecer

Continuamos con la lectura del evangelio del domingo pasado. Hoy vemos la reacción de los paisanos de Jesús ante su primera predicación, según nos cuenta Lucas, primero asombro y admiración, seguidamente, rechazo del peor. Me detenía en la importancia de la profecía, de la palabra, el decir, el anunciar; del hablar de parte de Dios al pueblo, la predicación. En las tres lecturas la palabra, el decir según Dios, tiene un lugar preponderante. La vocación de Jeremías, en la primera lectura; la antífona del salmo: “Mi boca, Señor, anunciará tu salvación”; en la segunda lectura, que poder hablar todas las lenguas o la profecía sin amor no sirven para nada. En el evangelio, Jesús dice solemnemente: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”. ¡Qué importante que también nosotros pensemos nuestro profetismo! Somos enviados por Dios a anunciar su presencia en medio nuestro, denunciar todo lo que nos aleja de su amor, poniendo al servicio nuestra vida. ¿Acaso no nos consultan en el colegio, el trabajo, la facultad sobre cosas de fe, de la Iglesia, del Papa, porque nos saben personas creyentes? ¿No estamos llamados también a hablar de parte de Dios a la gente con la que compartimos camino? Como profetas, debemos utilizar la palabra para hacer crecer, construir, plantar, dignificar, elevar; arrancar de cuajo lo que no deja crecer el evangelio, destruir lo que no construye, derribar los muros que nos separan. 

Sin embargo hay un detalle decisivo que no podemos pasar por alto a la hora de poner en juego nuestra palabra: el amor. La profecía sin amor, no sirve; la denuncia sin amor, no sirve; el anuncio sin amor, no sirve; son nada. Una verdad sin amor, un consejo o una advertencia sin amor, nada son. Nuestra profecía debe estar fundada en el amor a Dios y al pueblo. Así lo vivieron todos los profetas y también Jesús. El amor es la clave y la razón por las que anunciamos y denunciamos. 

Pero del que podríamos decir que le faltó amor en el evangelio fue justamente de Jesús, quién reaccionó llamativamente mal ante el comentario inofensivo del auditorio. Esto lo podemos entender si leemos a Marcos. Se ve que Lucas usó del segundo evangelio lo que le interesaba, no todo; porque en Mc 6, 1-6, sí hay argumentos para que Jesús reaccionara de esa manera. Lucas se detiene nomás en el rechazo judío y la apertura a los paganos al comienzo de la vida pública de Jesús.

Ser varones y mujeres de Dios, que anuncian que su ‘reino semilla’ crece en lo escondido, cada día, supone también rechazo, hostilidad, persecución. Anunciar a un Dios que nos ama incondicionalmente gratis, cuyos preferidos son los pobres, y en cuya mesa hay lugar para todas y todos; que en Jesús se hace cercanamente hermano, y peregrina con nosotros, sin importar raza, color, condición ni ministerio; anunciar al Dios de Jesús es claramente peligroso, porque tiene consecuencias prácticas. No hay anuncio evangelizador sin rechazo, sin oposición, porque la buena noticia de Jesús, que tiene a los pobres y a los que sufren como preferidos, es mala noticia para los poderosos de turno, que causan pobreza y sufrimiento en los demás; para los que quieren una vida cómoda, para los abanderados de la meritocracia, a los que no les conviene la gratuidad; para los justificadores de indiferencia, preocupados en sus munditos y cosas. ¡Tanta contra tiene el mensaje de Francisco! El mismísimo Papa nos habla del deseo más genuino nuestro, que está en cada corazón que busca, sea creyente o no: la hermandad universal entre nosotros y con la creación, e inmediatamente se lo intenta opacar, silenciar, ridiculizar, por aquellas personas que sienten amenazados sus privilegios. Estar con Jesús conlleva este tipo de persecución, es realmente peligroso. Sin embargo, el final del evangelio podemos leerlo a la luz del final de la primera lectura. La gente enfurecida lleva a Jesús a los empujones para despeñarlo, y él pasa en medio de ellos, continuando su camino porque, en palabras del cuarto evangelio, su hora no había llegado. Jesús habrá rumiado en su interior el texto de la vocación de Jeremías: “Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte”. ¡Ánimo entonces en nuestra misión como anunciadores de Jesús! ¡Dios está con nosotros!

La Iglesia existe para evangelizar, esa es su misión, su razón de ser. Con gestos y palabras, compuesta por una gran “nube de testigos”, somos continuadores de la misión de Jesús, maestro, hermano y amigo. Hace 2000 años que seguimos tras sus huellas, animados por la fuerza incontenible del Espíritu, con etapas de apogeo que muchas veces añoramos, y otras de desierto y cruz. Bueno, según Lucas, la primera predicación que conocemos del mismísimo Jesús fue un fracaso, le fue mal, casi terminan matándolo. No fue en Jerusalén, enfrentando a escribas y fariseos, a pocos días de morir, fue ‘en el pago’, al comienzo, entre su gente de Nazaret, con el corazón lleno de ilusiones; ni siquiera fue después de experimentar el seguimiento de las masas y la aceptación de los más pobres y humildes; fue directamente en la primera prédica, y con la gente que más lo conocía. Sin embargo, Jesús no baja los brazos sino que continuó, y por eso estamos nosotros compartiendo estas cosas. ¡Cuántas veces yo por mucho menos termino dejando el camino emprendido! Ni siquiera experimento rechazo o persecución, sólo ‘no me tienen en cuenta’, ‘el cura cambió’, ‘los catequistas no vienen’, ‘hay poca gente’, ‘misionamos y nadie nos abrió las puertas’, ‘los grupos se pelean’, ‘ya cumpli mi etapa’, y termino alejándome, bajoneado por un supuesto fracaso o porque las cosas no salieron como las pensaba. ¿Acaso me creo más que Jesús? ¡A Él le fue mal! No estamos hablando del inexperimentado catequista, el primer día que dio catequesis; estamos hablando de Jesús-Dios-con-nosotros. ¡Ánimo, que si nos fue -o nos va- mal, puede ser un excelente comienzo! Porque el reino-semilla siempre triunfa. 

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