Una Iglesia creíble y veraz, herida y llagada, atravesada de amor.

Una Iglesia herida también por las llagas de la fragilidad, que es vulnerable, pecadora, que le cuesta creer; que lucha contra el miedo y la autorreferencialidad; que arriesga y se accidenta por salir a la calle y no quedar encerrada en la comodidad; que se lastima en la hermosa aventura de amar y servir; esa Iglesia es compasiva, es misericordiosa.

General - Comunidades Eclesiales24/04/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Iglesia de atardeceres

El segundo domingo de pascua es llamado de la misericordia divina, con él concluimos la octava de Pascua. En el evangelio, Jesús resucitado se aparece a sus atemorizados  discípulos, que se encuentran con las puertas cerradas, cuando la luz va cayendo. La presencia de Jesús, experimentarlo cercano, verlo en medio, provoca el contraste que el evangelista había adelantado en Jn 16, 20: “su tristeza se convertirá en gozo”. En efecto, en ese contexto de duelo, y ante la aparición de Jesús, nos dice Juan: “Al atardecer... Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”. ¡Cuán bello contraste! Comenzamos el evangelio al atardecer, con poca luz, y la presencia del resucitado lo iluminó todo; las puertas cerradas fueron traspasadas por el que caminó su vida abriendo estrecheces, derribando muros, acortando distancias y hermanando; el miedo inicial se transforma en alegría incontenible; la tristeza devino gozo. Jesús quiere estar en medio de nuestras oscuridades para llenarlas con su luz. Qué bello evangelio para pensarnos, cada uno. Muchas veces Jesús camina a nuestro lado y no lo reconocemos porque tenemos una mirada atardecida, con poca luz. Tantas enfermedades, duelos, injusticias, bajones y situaciones que oscurecen nuestra manera de ver; como también nuestras oscuridades interiores, cuando sentimos que tenemos poca luz para ofrecer; cuando la luz está cayendo, cuando todo se nos apaga o nubla, cuando atardece en nuestra vida, Jesús se quiere hacer presente para llenarnos de su Pascua. Él quiere estar en medio de nuestros atardeceres. Él quiere abrirnos a su novedad cuando nos encerramos, nos aislamos, nos escondemos de los demás, nos alejamos del resto. Él quiere regalarnos su paz cuando el miedo se apodera de nosotros. ¿Le damos lugar? ¡Lo necesitamos!

Si lo hacemos nos transformamos inmediatamente en discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto sopló sobre ellos”. Una vez que experimentamos la presencia del resucitado en nuestras vidas, llenando de luz nuestras oscuridades, somos enviados a ser Jesús para los demás, cuya presencia ilumina, da fuerza, dignifica, anima a cuántos caminan en tinieblas, débiles, postergados, con miedo. Cuando nos animamos a ser esa comunidad, nuestra presencia -como la de Jesús- provoca alegría, o, por lo menos, hace que el dolor acompañado duela menos. ¡Cuántas veces querer estar cerca de algún duelo o situación desgraciada hace sentir algo de amparo, compañía, refugio, a la persona que nos recibe! Muchas veces nuestra presencia también llena de alegría, transforma realidades, y esperanza para seguir. Somos esa Iglesia, que intenta pacificar, reconciliar, dar ánimo, sostener, como lo haría Jesús; como lo hizo en el evangelio con sus amigos. Jesús hace de nosotros, sus amigos y sus amigas, una nueva creación. El Génesis cuenta que Dios sopló aliento de vida sobre el hombre hecho de arcilla. Hoy Jesús también sopla sobre sus discípulos creándolos Iglesia misionera, enviándolos a ser Él para los demás, haciéndolos salir para acompañar otros atardeceres y otras oscuridades.

Jesús, a veces te celebramos en medio nuestro y te queremos anunciar pero a los ocho días nos encontramos otra vez encerrados. Por favor, no te canses de soplar sobre nosotros para crearnos cada día discípulos, en salida; para creer que vos estas con nosotros, caminando codo a codo; para creernos tuyos, creernos Vos, contagiar tu luz a aquellos que más la necesitan; para enviarnos y hacernos salir, así muchos experimentan a través nuestro la alegría de tenerte en sus vidas.

Jesús dos veces muestra sus heridas de amor. Él presenta sus llagas como prueba de fe: “les mostró sus manos y su costado”, “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado”. Primero a los discípulos y luego a ellos con Tomás, dos veces escuchamos que al resucitado se lo reconoce por las llagas. El vencedor de la muerte conserva las marcas de su amor por nosotros. A la luz de las llagas, qué bello poder pensarnos una Iglesia creíble y veraz porque también está herida, llagada, atravesada de amor.

Una Iglesia que porta las llagas del amor apasionado de su Maestro, que se entrega como Él por el proyecto del Reino en el que vivamos hermanadamente felices. Si amamos y vivimos a la manera de Jesús, estaremos vulnerados por amor, heridos, traspasados.

Una Iglesia solidaria con todas las cruces de la historia, con tantos heridos al costado del camino, con tantos que padecen la cruz del hambre, de la injusticia, de la discriminación. Personas que  llevan en sus vidas las llagas del consumo problemático, de las adicciones, de los abusos, de la cosificación de las personas, de la trata. Una Iglesia atravesada por la pobreza, por las realidades cotidianas de la gente, que se duele y padece las mismas injusticias, es creíble, ‘a este le creo porque padece lo mismo que yo, sufre conmigo, busca resucitar mis cruces y sanar mis heridas’.

Una Iglesia herida también por las llagas de la fragilidad, que es vulnerable, pecadora, que le cuesta creer; que lucha contra el miedo y la autorreferencialidad; que arriesga y se accidenta por salir a la calle y no quedar encerrada en la comodidad; que se lastima en la hermosa aventura de amar y servir; esa Iglesia es compasiva, es misericordiosa. Porque experimenta las mismas fragilidades de los que sufren, se accidentan, temen y caen. Por eso es casa de todas y todos, nadie se siente superior, todos pecadores, todos felices por el privilegio de creer sin haber visto, de ser visitados por el Señor que nos ama incondicionalmente y nos envía a ser Él.

Que muchos hermanos y hermanas que buscan en medio de oscuridades, crean en el Señor resucitado a través de esta Iglesia Pascual que queremos ser: cercana, hermana, misericordiosa y servidora, herida de amor y presencializadora de su Maestro bueno.

Lecturas: /contenido/491/la-paz-este-con-ustedes

Te puede interesar
Lo más visto