El Reino no cesa de venir, Jesús de acercársenos, y la Iglesia con Él.

Alegrémonos porque Dios nos conoce en profundidad, y ama nuestras historias, y seamos casa y cielo de nombres e historias para tantas personas, que para la mayoría son ‘nadie’ o un adjetivo.

General - Comunidades Eclesiales03/07/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
los 72

“Los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir”. Además de los doce, Jesús envía a los 72, cuyos nombres desconocemos (nosotros, no Dios). A la luz del pasaje nos podemos pensar desde estos discípulos también enviados por Él. Me gusta la idea de que vamos ‘delante’ de Jesús, que lo precedemos. Es verdad, Jesús llega al corazón de muchos a través nuestro, un gesto, una palabra cálida, testimonio de normalidad, cercanía. ¡Cuánta gente es creyente porque otro le adelantó, le acercó a Jesús! O visto desde nosotros, ¡Cuánta gente encuentra en nosotros, y nuestros modos, a Jesús y su reinado! ¡El confía en nosotros! Y por eso nos dice con fuerza: “¡Vayan!”, y luego, que vamos como ovejas entre lobos. Sin embargo, Él nos envía, “¡Vayan!”. Muchas veces postergamos el envío porque somos pocos, no estamos formados, tenemos miedos legítimos; y Jesús, nos dice “¡Vayan!”. ¡Vamos en tu nombre, Jesús! ¡Vamos con vos! ¡No nos demoremos!

Hoy, la primera actitud del misionero enviado por Jesús es: “oren”, la oración. ‘Oren para que el Dueño envíe trabajadores, para que se nos sumen más’; ‘oren porque mi Padre siembra por doquier y generosamente, y tenemos que estar atentos a los frutos, al que está amenazado por la presencia de la cizaña, al que crece entre espinas, al que está apenas brotando y debemos cuidar’. Dios siembra, la semilla del Reino continúa su crecimiento sin que sepamos cómo, pero nosotros debemos ser muchos para abrazar los frutos y que sean pan. 

La oración para nosotros también es memoria del envío, Él nos envió a precederlo; no podemos ir imponiendo, porque el que nos envió ama nuestra libertad; tampoco vengándonos con fuego con aquellos que nos rechazaron (domingo pasado), porque Él nos ama a pesar de nuestro rechazo; tampoco decidiendo: ‘acá sí, acá no, porque nunca nos abren’; porque Jesús y su Padre siembran aún en camino de piedras, y además, porque el anuncio del Reino que se hizo cercano, tienen que escucharlo los que nos reciben y los que no. Somos discípulos y discípulas de Jesús, vamos en su nombre y no en nombre propio, por lo que debemos aprender sus modos, volver una y otra vez a su evangelio para contemplarlo; y hacer parte a Dios de nuestras cosas, de nuestros pedidos, logros y fracasos, a través de la oración. Y cuando se nos olvide quien nos envió, o tendamos a buscar seguridad en dinero o provisiones, o queramos consumir con fuego a los que nos rechazan, tengamos al hermano (de dos en dos) que nos regrese a Jesús, su envío, su estilo, su oración, sus gestos y palabras.

“Hasta el polvo de nuestros pies, los sacudimos sobre ustedes. Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Sea que lo recibamos o no, que aceptemos la buena noticia de Jesús o nos cerremos a ella; el Reino no cesa de venir, Jesús de acercársenos, y la Iglesia con Él. ¡No hay nadie excluido de la mejor noticia, Jesús! ¡El Padre siembra en todas las personas! 

Desde allí interpreto la idea de castigo que aparece: “les aseguro que Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad”. ¿Hay peor castigo que la vida sin Dios? Jesús nos viene a compartir la mejor noticia, la más necesaria, la que llena nuestras ansias más profundas: vivir hermanados y felices; ¿no es ya un castigo cerrarnos a su proyecto, excluirnos de esa mesa en la que todos tenemos lugar, y nos esperan; no participar de la fiesta del perdón y el vino nuevo, vivir ‘careteándola’ porque temo mostrar mi verdadera imagen, esa que Él conoce y ama? ¡Cuánta gente tiene que encontrar en mí, enviado, a Jesús, para no quedar afuera! ¡Cuánto tenemos que orar para que seamos más cosechadores! 

El Reino no para un segundo de llegar, de acercarse gratuitamente; por eso somos enviados, a través de gestos y palabras, para que Jesús se acerque en nosotros a muchas personas, cuyas vidas, sin Jesús, andan a la deriva, o gatean en lujos, placeres mezquinos, consumo; ambicionando tener más a cualquier costo, buscando saciar esa sed que nada material puede llenar. ¡Qué dolorosa es la vida sin Vos, Jesús! ¡Cuánto bien hace creer en vos! ¡Qué bien hace la fe!

“Alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. Cuando regresaron los 72 anónimos, le cuentan llenos de alegría todo lo que hicieron. 

Jesús les dice que tienen que estar felices, no por lo que hicieron con éxito, sino porque sus nombres están en el cielo, con Dios. Nosotros no los conocemos, pero sus historias, sus búsquedas, sus ansias, son conocidas, amadas y cuidadas por Dios. No hay nada ni nadie anónimo para el Padre. Él conoce todo de nosotros, la materia que estudiamos hasta la madrugada, el familiar que cuidamos en la sala del hospital, la paciencia que tenemos para con tal o cual persona a la que debemos amar y nos cuesta, las planificaciones en silencio, el acompañar tal herida sin poder hacer mucho más. 

En Dios no hay ni personas anónimas ni gestos desconocidos. Estar en su presencia es la mayor alegría y nuestra máxima aspiración. Si nosotros pegamos en la heladera el nombre y hasta el garabato (dibujito) de quien amamos, cuánto más Dios. Estamos siempre en su presencia, pegaditos en alguna heladera que no necesita más que para poner nuestros nombres; nos lleva tatuados en la palma de sus manos (Is 49, 16). Desde allí, valoremos la importancia de los nombres, historias, rostros en nuestras comunidades y grupos. ¡Cuánta gente experimenta cielo en la Iglesia porque ‘acá me conocen, es mi casa, saben quién soy, me llaman por el nombre, soy alguien’! 

Alegrémonos porque Dios nos conoce en profundidad, y ama nuestras historias, y seamos casa y  cielo de nombres e historias para tantas personas, que para la mayoría son ‘nadie’ o un adjetivo. 

Gracias, Jesús, por amar nuestras vidas y elegirnos para la misión. Vamos en tu nombre, Señor, que muchas personas se encuentren con vos a través nuestro, porque nos duele que hermanos nuestros vivan sin vos, sin fe. Te damos gracias porque nuestras historias y nombres están en tu presencia, y te pedimos que nuestras comunidades y grupos sean casa y cielo, llenos de historias, nombres y rostros, donde todos y todas somos reconocidos como hermanos y hermanas, hijas e hijos tuyos.

Lecturas: /contenido/525/el-reino-de-dios-ha-llegado-a-ustedes

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