Jesús propone una vida compartida, no repartida o dividida.

Compartir es el camino; repartir es un mínimo. Porque al repartir nos podemos desentender de los demás, en cambio el compartir involucra. La felicidad más nuestra es cuando compartimos. Cuando compartimos con otros y otras lo que somos, y cuando compartimos los dones recibidos.

General - Comunidades Eclesiales31/07/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Compartir sin dividir

Jesús continúa su ascenso a Jerusalén, y en el evangelio de este domingo nos advierte contra el peligro de las riquezas. “¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”, es lo que responde Jesús a este personaje anónimo que reclamaba que “mi hermano comparta la herencia conmigo”. ¡Qué fuerte la tentación de poner afuera lo que debería salir del corazón, que otro diga lo que debemos hacer! Ya escuchamos hace unos domingos que lo principal es amar a Dios, haciéndonos prójimos de los heridos; ese es el camino para la Vida eterna, el camino de Jesús: compartir. El Reino que Jesús propone es Vida compartida, no repartida o dividida. A Jesús le hubiera resultado fácil hacer lo que se le pedía, pero su misión era otra, lo que le quemaba por dentro es mucho más exigente. Por ese reino de vida compartida, va a entregar hasta su vida. Compartir es el camino; repartir es un mínimo. Porque al repartir nos podemos desentender de los demás, en cambio el compartir involucra. De hecho, el personaje de la parábola, seguramente era rico a causa de otros no tan astutos como él, en cuidar y hacer producir sus bienes. 

Jesús, revelador del Padre, nos enseña que Dios quiere que el pan alcance a todas las mesas, es su deseo, su sueño; pero si nosotros no compartimos lo que tenemos, de algún modo le atamos las manos, truncamos su sueño; Él nada puede hacer. No deberíamos poner afuera lo que nos toca a nosotros. Sí, debemos orar pidiendo el pan de cada día, como lo hicimos la semana pasada; pero también, comprometernos para que a ninguna mesa le falte lo necesario, y muchísimo menos a causa de nuestra codicia. El camino es el compartir y eso nos toca a nosotros, hermanas y hermanos.

“Miren y guárdense de toda codicia...” porque la vida no depende de los bienes, no está asegurada por las riquezas. ¡No valemos por lo que tenemos! Valemos por lo que somos: hijos e hijas de Dios, esa es nuestra mayor dignidad; eso rezamos la semana pasada. ¡Somos hermanos y hermanas! Dentro de nosotros tenemos todo para ser felices, y esa felicidad siempre es con otros. Jesús nos pide que estemos alerta, velando, en guardia para no poner en las riquezas nuestro valor, para no regalarle a lo material nuestras fuerzas, para que la búsqueda de poseer más no nos quite energía; para que estemos atentos para con aquellos hermanos a los que les está faltando lo indispensable. ¿Ese no fue su camino? Tenemos que seguir a Jesús, nuestro Maestro, el ser humano más pleno y libre que existió. Desde allí, tratar de elegir todo lo que nos acerque a Dios y a su proyecto; ya sea en las decisiones pequeñas como en las más importantes. Esto que voy a hacer, elegir; esta decisión, este cambio de vida, esta oportunidad; ¿me acerca más a Dios?, ¿me hace más hermano?

Podemos pensar también aquí en las relaciones humanas, ¿están fundadas en el poseer o en el dar libertad?, ¿en el no perder o en la confianza?, ¿nos hacen más libres o más dependientes?

Dios provee, bendice, y nos hizo capaces de Él, de que su Vida y sus opciones vayan de a poco siendo las nuestras. Nuestro camino es el compartir como hermanos y hermanas que somos, no buscando que a cada uno nos toque la parte de la herencia; sino compartiendo, Padre, hijos, hijas, la herencia interminable, en fiesta de Reino que es Vida compartida y hermana.

“Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios”. Repitámoslo una vez más: La felicidad más nuestra es cuando compartimos. Cuando compartimos con otros y otras lo que somos, y cuando compartimos los dones recibidos. Todo lo contrario al solitario protagonista de la parábola que sólo dialoga consigo mismo, y en esos diálogos no entra nadie, tan solo él y su alma. Era una persona rica, Jesús habrá sabido de varios en su desigual Galilea; y con el dolor que le provocaban las injusticias y el que unos pocos ricos se hagan de “la parte” de otros pobres, que debían vender lo que tenían, incluso sus tierras, a causa de las deudas; narra la parábola para que sus discípulos busquemos la Vida con mayúsculas, esa que propuso hace unos domingos, su Reino de hijos y hermanos: una vida orientada al Padre pero haciéndonos cargo de los heridos del camino. Caminar haciendo realidad ese Reino suyo de vida plena, es a lo que nos invita la segunda lectura: “busquen los bienes del cielo donde está Cristo”; y sabemos bien dónde está Él, porque Él mismo nos lo dijo: en el hambriento, sediento, enfermo, forastero, preso (Mt 25). 

Por lo tanto, propongámonos ser ricos a los ojos de Dios, compartiéndo-nos, y compartiendo lo que tenemos. Como dice la canción para niños, de Canticuénticos, pero aplicándola a nosotros, ‘grandes’, a los que nos cuesta tanto compartir: “Más que eso quiero pedir, y es que no sea todo para mí. Sólo lo disfrutaré de verdad si lo puedo compartir”. 

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