Jesús nos quiere discípulos, decididos.

¿Qué somos, espectadores o discípulos?, ¿inquilinos de las instalaciones parroquiales o decididos seguidores de Jesús?, ¿cumplidores de preceptos dominicales o celebrantes que ansían la palabra de Jesús, la mesa compartida en la que Él se da, y el cariño de la comunidad?

General - Comunidades Eclesiales21/08/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Discipulos o exptectadores

“Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó...”. Así comienza el evangelio de este domingo, en el que tenemos presente muy especialmente a todos los catequistas. La providencia nos presenta a un Jesús que marcha y enseña, dando lugar a los interrogantes de la gente. La meta es Jerusalén y el camino, la vida entregada. A la luz de la Buena Noticia de hoy, pidamos para nuestros catequistas y para nuestra Iglesia, que su enseñanza sea como la de Jesús, nunca estática ni cómoda, sino en movimiento por el dinamismo del Espíritu, en marcha; evangelización y catequesis en salida hacia las periferias, cercana a las preguntas de sus interlocutores. Que siempre esté abierta a la escucha de Dios, en oración, y atenta también a los interrogantes profundos de la gente; que se deje interpelar y que de respuestas. Una catequesis que avance siempre hacia una entrega más profunda y verdadera, asumiendo los pasos de su Maestro, dando la vida a cada paso.

En esa marcha, uno le pregunta: “es verdad que son pocos los que se salvan”, a lo que Jesús responde: “Luchen por entrar por la puerta estrecha”. Toda la vida de Jesús fue anunciarnos a su Padre que quiere reinar en medio nuestro. La salvación eterna adquiere la calidez y los rasgos de una mesa compartida, con lugar para todos, y los primeros invitados son los últimos, los pobres, los que nada tienen. Jesús nos alerta, porque para nosotros es difícil entrar por la puerta estrecha. Siempre preferimos el camino ancho y espacioso, ese que es más cómodo, vistoso y por el que podemos entrar sin renunciar prácticamente a nada. Tenemos que luchar contra nosotros mismos, egoísmos e inseguridades, para poder elegir la puerta menos vista, la más esquivada, la que exige de nosotros desprendimiento, porque con muchas cosas no pasamos. La puerta estrecha es la que usa el personal de servicio, los que menos cuentan. De hecho, nos referimos a ‘entrar o salir por la puerta grande’, para expresar una entrada o salida de alguien con todos los honores. Jesús mismo en el evangelio de Juan (10,9) se autodefinió como la puerta por la cual pasamos, hay que entrar a la salvación, a la vida del Reino, por Él, por su vida, camino y misión. La puerta estrecha es menos lujosa, exige que pasemos con poco, nos desafía porque debemos dejar afuera las seguridades, conquistas, adquisiciones, privilegios, títulos, que muchas veces nos paralizan, nos acomodan, no nos hacen estar desafiadamente libres y en movimiento. Que en este tiempo nos propongamos entrar por la puerta estrecha, esa que nos hace mejores porque nos regresa a lo más genuino nuestro.

“Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”, argumentan a fin de entrar los que se quedan afuera. Aquí se nos presenta una encrucijada a los que queremos ser discípulos misioneros de Jesús, no podemos permanecer neutrales, o tibios, con un seguimiento mediocre; ya lo decía el domingo pasado, tenemos que arder. Y precisamente lo que esgrimen los de afuera para poder entrar es cercanía con Jesús, vecindad: comer con él (Judas también lo hizo) y que enseñó cerca de ellos (¡cuántos escucharon su enseñanza y no adhirieron!). Jesús nos quiere discípulos, decididos, que hacen de la cercanía una oportunidad para poder elegirlo cada día. Porque los que gritan para entrar, le hablan de lo externo, de lo que se ve, las apariencias: Comer y beber con él, y que predicó en las plazas; Jesús quiere de nosotros conversión de corazón, que nuestro interior esté abierto a su buena noticia y que adhiramos a ella con todo lo que somos. Por lo tanto, es bueno que nos hagamos la pregunta: ¿Qué somos? No qué queremos ser, eso está claro; sino ¿Qué somos, espectadores o discípulos?, ¿inquilinos de las instalaciones parroquiales o decididos seguidores de Jesús?, ¿cumplidores de preceptos dominicales o celebrantes que ansían la palabra de Jesús, la mesa compartida en la que Él se da, y el cariño de la comunidad? 

Jesús, queremos compartir la mesa con vos, adhiriendo a tu misión de ser pan, esa que querés compartir con nosotros. Abrinos el corazón para escuchar cada día tu enseñanza y despojarnos de todo lo que no nos deja seguirte de cerca, abriéndonos a los interrogantes de la gente, libres, buscando dar la vida como vos.

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