¡Quiero seguirte, por el amor que me das cada día!

¡Seamos discípulos que se la juegan, que deciden caminar con Jesús, y no sólo multitud que se conforma con caminar junto a él!

General - Comunidades Eclesiales04/09/2022Mario Daniel FregenalMario Daniel Fregenal
Decididamente discipulos

Continuamos con Jesús, camino a Jerusalén, decidido a darlo todo por el Reino de su Padre y suyo. Si ponemos el amor como clave interpretativa de todo el evangelio, encontraremos más luz.

“Junto a Jesús iba un gran gentío”, Jesús se tiene que dar vuelta para plantearles la exigencia del seguimiento. Nosotros también caminamos con Jesús, estamos cerca suyo. Pero es bueno que nos hagamos la pregunta: ¿Me comporto como multitud que camina junto a..., o soy decididamente discípulo que marcha con Él? ¿Jesús se tiene que dar vuelta para hablarme, porque voy atrás, porque marcho tímidamente, porque no estoy tan convencido; o me tiene a su lado conversando la misión, dejándome entusiasmar por las nuevas fronteras, incluso contándole mis miedos? Que no seamos multitud o gentío amontonado alrededor de Jesús, que lo sigue cuando puede, cuando no está tan cansado.

Él tiene que ser el centro, la principal motivación por la cual me acerco, sino tarde o temprano empezaré a plantear excusas al seguimiento, o ante una invitación a un grupo o a un servicio respondo: ‘sí, no tengo problema’. ¡No es por ahí! No voy al grupo, a la parroquia por hacer un favor, porque ahí van mis amigos (los de la multitud), para ayudar; voy porque sigo a ese que se la juega de verdad, que ama mi historia y me invita a dar lo mejor de mí para hacer de este mundo un lugar mejor. ¡Seamos discípulos que se la juegan, que deciden caminar con Jesús, y no sólo multitud que se conforma con caminar junto a él! Imaginemos que Jesús nos mira a los ojos y nos dice: ‘¿querés seguirme de verdad o sólo haces lo mínimo para llamarte cristiano? Él bien conoce que nuestro seguimiento es pecador, nuestra decisión frágil y que nuestros sueños de fidelidad se enchastran con nuestro pecado; pero con todo sabe que tenemos puestos los ojos en Él. No en la multitud, no en nosotros, nuestras familias, nuestra comodidad. ¡Seamos discípulos decididos tras Jesús, nuestra mejor noticia! ¡Somos discípulos del amor! ¡Jesús, amo tu camino, amo tu huella comprometida, amo tus opciones y tus búsquedas de ser fiel al Padre! ¡Quiero seguirte siempre por el amor que me das cada día!

Bien lo sabemos: el amor es exigente, no se contenta con poco, siempre va por más, más amor, más entrega, más detalles. Las exigencias que plantea Jesús son para “ser mi discípulo”. Esta palabra, discípulo, aparece tres veces en todo el Evangelio de hoy. La recompensa a tanta renuncia (“padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas y hasta la propia vida” (siete), y al final del evangelio “cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”), el gran regalo, es ser discípulo, caminar tras Jesús, seguir sus pasos, ser su amigo. ¡Qué hermosa es la cercanía con quien nos ama incondicionalmente! Hay que amarlo a Él más que a cualquier cosa. ¡Se trata de amar! Porque amándolo a Él todo se ubicará distinto, en su justo lugar, comenzaré a amar lo que me hace amar y a rechazar lo que me aleja de su camino. Si yo comienzo por la familia, porque ‘supuestamente’ la caridad empieza por casa, puedo no salir nunca, no trascender; o si primero me amo a mí mismo porque ‘supuestamente’ sino no puedo amar, puede que nunca vaya a amar a alguien, ya que siempre habrá algo en mí que falte amar. ¡No es por ahí! El amor es peregrino, es marchando, es siguiendo al Maestro bueno de Galilea, a Jesús que me ama incondicionalmente y que ama todo lo de mi familia que no me aleja de su huella, esa que me hace ser más yo mismo, más feliz, más discípulo. Escogerlo a Él, elegir ser su discípulo, hace que deje las cosas que no me acercan a su propuesta de vida plena. Entonces tengo que amar a Jesús y su camino, y odiar todo lo que me hace encerrarme en la mía, encerrarme al amor, a la vida compartida, al Reino.

Que en este primer domingo de septiembre, mes de la Biblia, podamos tomarnos el tiempo para escuchar a Jesús que nos habla, para contemplarlo en su evangelio, y para enamorarnos de su vida. Él nos llama para que caminemos tras sus huellas, para ser sus discípulas y discípulos; confía en nosotros, en nuestros dones y en nuestro amor peregrino. ¡Somos nosotros los que nos tenemos que convencer que seguirlo a Él es nuestra plenitud y felicidad! Que a la luz de la Palabra podamos “sentarnos” a escuchar, a considerar, a discernir (“¿Quién si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos...; y qué rey no se sienta antes a considerar si con diez mil puede?”). 

Jesús, te queremos seguir, ayudame a descubrirte a mi lado todo el tiempo amando mi historia y mis intentos, y animándome en mis tibiezas y en lo que me cuesta. Quiero ser feliz y sé que es con vos, porque vos no encerrás, no excluís, sino que me abrís a una familia nueva, comprometida con los más heridos, con los crucificados, buscando que despliegue y ponga al servicio todo lo que soy. Dame luz para poder discernir qué debo dejar de lado, qué renunciar por amor y para amar, qué escoger para poder seguirte mejor. Amén.

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