
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Nosotros le perdimos cariño al camino, somos más amigos de los resultados, queremos que suceda todo inmediatamente, y Jesús nos invita a valorar el camino como lugar de encuentro, sanación, vida abrazada, ofrecida y compartida, Reino en plenitud.
General - Comunidades Eclesiales09/10/2022“Y en el camino quedaron purificados”. Me llama la atención la permanente idea de movimiento que acompaña todo el relato. Jesús va de camino, decidido a darlo todo, a Jerusalén. El camino que toma es de periferia, Lucas destaca que es pasando a lo largo de la frontera entre Samaría y Galilea. Jesús camina obediente al proyecto del Padre, que iba escuchando en lo profundo de su corazón y que llamaba Reino de Dios. Ese camino lo hace con los suyos, sus discípulos y discípulas, quienes siguen con Él por amor, más que por convencimiento.
Justo antes de entrar a una aldea, se encuentra a distancia con los diez leprosos que le suplican compasión. Jesús los envía a que vayan a los sacerdotes, “y en el camino quedaron purificados”. Él milagro de la curación no es inmediato, sino que se realiza por la obediencia a su Palabra que los invitaba al movimiento, a trasladarse, a iniciar un proceso, un itinerario hacia los sacerdotes; la sanación es “en el camino”.
Jesús va caminando, abrazando toda vida y acariciando cada dolor, e invita a los que quieren la salvación a ponerse en camino también. A veces nosotros le perdimos cariño al camino, somos más amigos de los resultados, queremos que suceda todo inmediatamente, y Jesús nos invita a valorar el camino como lugar de encuentro, sanación, vida abrazada, ofrecida y compartida, Reino en plenitud.
Que con Jesús y el agradecido leproso samaritano, nos pongamos en camino, alejemos de nosotros todo estancamiento, y amemos el camino como lugar de salvación, poblado de encuentros y oportunidades, sanación y formación, obediencia y gratitud, paciencia y bendición; precisamente porque el camino lo hacemos con Él, obedientes a su Palabra, esa que nos anima a adentrarnos en las periferias, allí donde la gente se resigna a la “distancia”, a la postergación; donde abundan los “gritos” por una vida más digna.
El final del evangelio es toda una invitación: “levántate y ponte en marcha, tu fe te ha salvado”. Que vivamos nuestra salvación, levantándonos de donde estemos, para ponernos en camino hacia la vida del Reino, esa que salva y hermana, y para ayudar a aquellos que habitan la periferia a ponerse de pie y a marchar.
“Los otros nueve, ¿dónde están?”, es la pregunta que hace Jesús al ver que solamente uno volvió hacia Él para darle gracias. Todo don y regalo recibidos, son para el encuentro con Jesús, quien nos lleva al Padre en el Espíritu. Los otros nueve obtuvieron lo que buscaban pero se alejaron de Jesús, se distanciaron aún más. Sólo el samaritano hizo del regalo obtenido, oportunidad para profundizar el encuentro con Jesús en postración y agradecimiento. ¿Qué busco con mis prácticas religiosas?, ¿a Jesús o lo que Él me puede dar, salud, trabajo, bienestar? ¡No posterguemos más el encuentro con su persona!
Lo que menos quiere el Señor es que nos alejemos de Él, y ama que seamos agradecidos y que alabemos al Padre y nos encontremos con Él detenidamente. Todos se acercaron a la luz que sana e ilumina, sólo uno volvió para contemplarla y encenderse. Todos se mantuvieron a distancia, sólo uno vino tras sus pasos para encontrarse, ya sano, con el que es la salvación peregrina. Todos gritaron de lejos, sólo uno regresó y entró en diálogo con el que es la Palabra buena del Padre para nosotros. Todos tuvieron una fe pequeña para implorar el milagro, sólo uno tenía la fe suficiente para encontrar en Jesús al Dios que, además de sanar, salva. Los nueve se alejaron más, el samaritano se acercó para siempre. ¿De qué lado estoy? ¿Cómo estoy viviendo mi fe?
“Volvió sobre sus pasos glorificando a Dios...”, “¿No ha habido quien volviera sobre sus pasos para dar gloria a Dios?”. Me gustó mucho esta traducción. Jesús alaba el camino interior del leproso, quien, ni bien comprueba su sanación, y habiéndose decidido regresar dónde Él, lo hace alabando a Dios. Antes de ser agradecido con Jesús, regresa glorificando a Dios. El leproso sanado interioriza su curación, vuelve sobre sus pasos, va hacia la hondura de su ser alabando a Dios y exteriorizándolo a los gritos. De hecho, éstos no hacen más que expresar su alegría profundísima porque Jesús pasó por la periferia de sus vidas, por habérsele acercado, por haber escuchado su Palabra que invita a reinsertarse en la comunidad, y haber obedecido; por haber constatado en carne propia la sanación y con ella un imperioso agradecimiento.
¡Qué necesaria invitación para nosotros es volver sobre nuestros pasos! ¡Necesitamos adentrarnos hacia lo más hondo nuestro! En el día de hoy, en este tiempo, en mi historia; cuánto de Dios encuentro, aún en los momentos de enfermedad o duelo, ¡Cuánto tengo para agradecer!
Hagamos un ratito de silencio y animémonos a volver sobre nuestros pasos, a mirar con honestidad lo vivido, ir hacia lo profundo del corazón, y encontrar allí a Jesús que nos insiste en encontrarse de mil modos con nosotros, invitándonos a levantarnos y a ponernos en marcha con Él hacia una vida más entregada y feliz. Al hacerlo experimentaremos una profunda gratitud, hagámoslo.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.