
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Pidamos una oración que sea manantial al que vamos a beber, brisa ante la que respiramos, diálogo y silencio ante quien está feliz que estemos con Él.
General - Comunidades Eclesiales16/10/2022“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse”. La oración es un tema que a Lucas le interesa sobre manera. De hecho, encontraremos esta parábola muy parecida a la del amigo inoportuno, que leímos el domingo 17° del Tiempo durante el año, y cuyo tema también era la insistencia en la oración.
Jesús es el centro de nuestra fe, en Él encontramos siempre luz nueva para el camino. De allí que ayuda a comprender con mayor amplitud el evangelio de hoy su persona, su ser oración, su marcha hacia Jerusalén y el camino formativo que va realizando con los suyos, en el que la cruz aparece como horizonte y destino final, pero para dar vida en abundancia. Jesús y su camino hasta la cruz nos sirven de clave interpretativa. Porque el que enseña a orar sin desanimarse es el que tenía todo para dar un paso al costado, bajar los brazos, y, sin embargo, reiteradamente lo encontramos retirado, a solas, en un monte, en el llano, en cierto lugar, pero siempre con el Padre y en vistas a continuar dándose. Jesús está hablando de su ser orante, del Dios que lo habita, de cuánto necesita del Padre para no bajar los brazos en el camino que cada vez se le presentaba más cuesta arriba. Porque Él también, como la viuda y todos los “elegidos, que claman”, se sabe sometido a un poder injusto y arbitrario como el del juez de la parábola o los romanos; se sabe enfrentado a las autoridades judías que no lo comprendían y cada vez más se cerraban a la buena noticia de un Dios gratuito y amoroso. ¡Cuánto de la oración de Jesús habrá en la viuda!
Es bueno contemplar a Jesús siempre, porque si no podemos pensar que hay que orar sin desanimarse para que Dios me regale tal o cual gracia. Y entonces, si recibo eso que pedí, es porque oré lo suficiente; si no lo consigo, es porque algo hice mal, no puse suficiente fe, me faltó algo. Pero si miro a Jesús, si lo contemplo en Getsemaní pidiendo que se haga la voluntad del Padre y no la suya, que clamaba vivir; si escucho el crudo relato de la carta a los Hebreos junto con los gritos y el llanto de aquel que pedía ser librado de la muerte; si me postro ante su cruz por amor, su entrega hasta el extremo, me doy cuenta que el orar sin desanimarse va por otro rumbo.
Teresa de Jesús, maestra de oración si las hay, a quién celebramos este fin de semana, nos dice que la oración es tratar de amistad, es tratar con el amigo. Me hace detenerme en lo gratuito de la amistad. Yo soy amigo de alguien porque lo amo y no porque quiero obtener algún beneficio de su amistad. Pienso en la oración de Jesús, en los diálogos íntimos con su Padre, eran para sentir su compañía incondicional, para saberse reconfortado en la prueba y sostenido en la entrega, y no para ser librado de la cruz, cosa que Jesús suplicó a los gritos. Entrar en oración es encontrarse con aquel que nos habita, conoce todo de nosotros, recibe nuestras risas y acompaña con suavidad nuestros dolores, y que busca expandir su presencia en nosotros a través del servicio y la vida entregada por amor. ¡Qué necesario orar sin desanimarnos!
“Pero después se dijo a sí mismo”. Si la oración es diálogo con quién nos ama incondicionalmente, salir de uno mismo para abrirse al que es abrazo, casa, mesa de amigos, voz que sana, luz que me hace ver y verme con realismo, silencio habitado, caricia y paz; entrar en uno mismo para gustar al Dios que nos habita y hablar con Él. Si la oración es un poco todo eso, vemos que, por el contrario, el personaje de la parábola entra en sí mismo, en su interior, pero no para encontrar a Dios, sino para dialogar con él mismo. Lo que hace es un monólogo en el que no entran ni Dios ni los hombres, y del que nace una actitud buena, el hacer justicia, pero por una intención absolutamente egoísta: “para que no venga continuamente a fastidiarme”. ¡Qué importante que nuestras oraciones no sean monólogos en los que no entra nadie y en los que sólo pido por mí! La oración siempre tiene que estar unida al discernimiento, a buscar el por qué, a sentir interiormente qué me pide Dios para ser más hermano, más libre y más hijo; abierta la escucha. Porque está a la vista que podemos realizar una obra buena, justicia a la viuda; pero movidos por un interés mezquino, que no me moleste. Lejos de nosotros los monólogos egoístas como el del juez, que bien podría decir: ‘me importan los hombres en la medida que no me molesten’, ‘me importa Dios en la medida que me cumpla lo que le pedí’, ‘me importa obrar bien en la medida en que los demás lo vean y me aplaudan’. Pidamos una oración que sea manantial al que vamos a beber, brisa ante la que respiramos, diálogo y silencio ante quien está feliz que estemos con Él. Y aunque muchas veces estemos distraídos, nerviosos, dispersos, pero haciendo todo el esfuerzo por compartir unos mates con Él; hagamos memoria que nuestro Dios, hace de nuestros intentos de panes y peces, alimento para miles. Él contempla amorosamente nuestros esfuerzos por estar en su presencia.
Si la oración a la que nos invita Jesús debe ser incesante, y según Teresa consiste en “tratar de amistad, estando a solas muchas veces con quien sabemos nos ama”, y más adelante, dirá también que Jesús “tanto me sufrió, sólo porque deseaba (Él) y procuraba (Él) algún lugar y tiempo para que estuviese (Él) conmigo”, con ella; vemos que Jesús es el más interesado en que oremos siempre y sin desanimarnos, precisamente porque Él quiere encontrarnos, que le demos lugar, ‘que le demos la oportunidad’ de poder abrazarnos y sostenernos; que le demos el corazón, lleno de rostros, heridas, alegrías y sueños; y nos dejemos moldear por el Padre en el Espíritu, para parecernos más a Él, haciendo así más visible y cercano su Reino con nuestro vivir peregrino. Como diciendo a los suyos en el arduo camino hacia Jerusalén: ‘oren sin desanimarse, porque el Padre ama escuchar nuestras búsquedas, nuestros pedidos y agradecimientos; como toda Madre -hoy en Argentina celebramos su día-, nada desea y procura más que encontrarse con sus hijos y sus hijas. Por eso paso tanto tiempo con Él en medio del cansancio de la jornada, del rechazo y las cruces, porque sé que Él me espera, y sólo en Él recobro las fuerzas para seguir. Yo lo conozco y es a quien quiero anunciar aunque me cueste la vida, con tal que le den lugar. Oren sin desanimarse’.
¡Feliz día a todas las mamás! ¡Qué sus vidas nos anuncien siempre a nuestro Dios Papá-Mamá!
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.