
La vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
La gran tentación de Jesús y de todo discípulo es la de pretender una salvación sin el compromiso con el otro, salvarnos nosotros pero perdernos en nuestro ser misión.
General - Comunidades Eclesiales20/11/2022Siempre que llegamos a la fiesta de Cristo Rey, la liturgia nos propone levantar los ojos, contemplar la cruz de Jesús. No existe otra manera de reinar para nosotros que no sea a través de la entrega por amor, nada más lejano a lo que nos proponen los reinos de turno.
“El pueblo permanecía allí y miraba”. Leía que también puede tener la connotación de que estaba de pie sin caerse, queriendo expresar la voluntad de contemplar, permanecer, resistir. Era el aparente final de la vida terrena de Jesús, y el pueblo sigue ahí, de pie, contemplando todo; no se nos dice que lo insultaran ni que su presencia es hostil, sino solamente, que permanece, persevera. En cambio las autoridades sí se burlaban, al igual que los soldados; los ladrones tienen actitudes distintas, uno a favor y el otro en contra, pero del pueblo se nos dice que “permanecía de pie allí”. Me gusta pensar que ese pueblo no lo podía abandonar, necesitan quedarse cerca suyo aunque no puedan hacer nada, aunque ni siquiera sepan qué hacer. No se pueden alejar del único que siempre estuvo del lado de los humildes, que recibió a todas las personas, especialmente a las más descartadas; que tuvo paciencia con sus innumerables intentos por cambiar y abrazar sin más la vida del Reino, el único que les dio un trato digno, que les daba fuerzas, con quien siempre podían contar, quien los hacía poder.
Jesús, finalizando el año litúrgico, en el que hicimos camino con vos en la entrega cotidiana, quiero permanecer de pie, resistir a las tentaciones de huir de la vida apasionada y estar a tu lado, contemplando hasta dónde llega tu amor por nosotros. Que cuando me toque a mí la hora de la cruz, encuentre gente que permanezca cerca, sosteniendo y acompañando. Quiero permanecer en la comunidad para experimentarte resucitado y lleno de vida, para anunciarte cada día: “Dios con nosotros”, Dios que nos quiere cerquita suyo, a su lado. Sin vos nada soy. ¡No te puedo abandonar!
Porque la cruz es la manera de reinar de Jesús y de su Iglesia. No tenemos otro camino que la entrega; pero bien sabemos que es muy fuerte la tentación de salir corriendo, huir, escondernos en innumerables justificativos, algunos muy loables y hasta ejemplares. La gente le gritaba a Jesús: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”. La gran tentación de Jesús y de todo discípulo es la de pretender una salvación sin el compromiso con el otro, salvarnos nosotros pero perdernos en nuestro ser misión. Al comienzo de su vida pública, en las tentaciones, el enemigo planteaba: “si eres el hijo de Dios...”, hace algo para salvarte vos convirtiendo las piedras en pan, obteniendo todos los reinos, siendo espectacular. Estamos al final de la vida del Señor, el único que “no ha hecho nada malo”, y escucha reiteradamente el mismo golpe: “Si sos el Mesías, el Elegido, el rey de los judíos, el Mesías de Dios”, salvate.
La tentación de pensar en uno mismo, en salvarse sin que importen los demás, acompaña toda la vida de Jesús y la de sus discípulos. Muchas veces la vivimos como salvarnos un ratito de la entrega, salvar algún espacio o tiempo personal en el que no quiero que nadie me moleste; incluso el desempeñar algún acompañamiento pastoral con las 99, sabiendo, bien en lo profundo, que lo hago para no ocuparme de la que se perdió y está herida, asustada, sola; o salvarme de los demás refugiándome en una oración intimista, lejos de Dios y de los hombres. Entonces es cuando la tentación me muerde: ‘salvate a vos mismo, está lindo el día, no vayas al grupo, andá con tus amigos’; ‘no bajes a confesar, juega tu equipo; no vayas al barrio, quedate por si viene alguien que necesita; vos ya dedicaste mucho tiempo a la Iglesia, es hora que pienses en vos (como si no fuéramos iglesia), etc. Todas voces que tienen algo de razón, pero en lo profundo del corazón, nos damos cuenta que la vida más feliz es la que pasa por salvarnos juntos, salvarnos buscando que otros se salven conmigo.
¡Cuántos jóvenes, como Jesús, rechazan a diario esta tentación! Llenan patios, cuidan a otros apenas más chicos que ellos, acompañan comedores, dan el tiempo que no tienen para que otros tengan una vida más digna, de reino, como la sueña Dios. Cuántos pibes y pibas, en nuestros patios, colegios , parroquias, comunidades, clubes, Hogares de Cristo, Capillas, son salvados realmente de caer en tantas esclavitudes, en la soledad, en la cruz del abandono.
¡Jesús nos salvó! ¡Otros que vinieron antes nos salvaron! ¡Nosotros somos salvación para los demás! ¡A entregarnos en la vida apasionada para que todos y todas nos salvemos juntos!
“El Emanuel, Dios con nosotros; el Dios que prometió acompañar la vida del pueblo hacia la liberación, el que se hizo Palabra, canto y visita en el seno de la Virgen, a quien le dice: “no temas, el Señor está contigo”, se hace Dios con nosotros llevándonos a todos consigo, en el buen ladrón: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo”. ¿Se puede aspirar a algo más que estar con Jesús? Jesús le dice “en el paraíso”, pero nosotros sabemos que no importa dónde, porque estar con Él es Paraíso, es cielo, es Reino. Él inauguró este nuevo modo de vivir que es el Reino de Dios, en el que todas y todos somos hermanos, hijos e hijas del Padre bueno, que nos quiere en la mesa larga compartiendo con Él su vino y su pan. Su reino semilla camina hacia su plenitud, y se hace más visible y cercano en cada entrega por amor, cada misión, cada servicio y anuncio. Por lo tanto, con Jesús hacemos presente el Reino acá en la tierra, peregrinando hacia su expansión definitiva. Él quiere estar con nosotros, es el Emanuel, el que le promete al buen ladrón “estarás conmigo”.
Jesús, que nos abrazás en cada parroquia, patio, grupo, servicio, iglesia; para tenernos cerquita, para que escuchemos tu corazón que late por el Padre y por los pobres; ayudanos a que en nuestras comunidades se pueda contemplar tu rostro, se sienta tu presencia; sean espacios donde la compasión y la audacia empujan a salir hacia los que no te saben “con ellos” y se sienten lejos de vos. Reiná en nosotros para hacernos paraíso, cielo y tierra nueva para el mundo de hoy. Estar con vos es nuestro cielo, y es el sueño tuyo y el de tu Padre-nuestro.
Lecturas: /contenido/598/en-verdad-te-digo-hoy-estaras-conmigo-en-el-paraiso
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo.
"...vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia".
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona.
Sólo un amor comprometido como fuerza lógica y mancomunada puede contrarrestar la sin-razón de un proyecto odio-violencia.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia.
La verdad de Dios genera en nosotros un estilo de vida nuevo, enfrentado al estilo de vida que brota de la mentira y el egoísmo.